Romance criollo de la niña guayaquileña

Guayaquileña bonita, palomita cuculí,
fragancia de los frutales, granito de ajonjolí,
carnecita de canela, blancor de coco al reír,
pelo de noche sin luna, mirada oscura de añil,
¡no me mires de ese modo porque me voy a morir!

La lluvia va improvisando cortinas de agua sin fin
y las calles enlodadas visten un oscuro gris;
los grillos quieren cantar a lo Ibáñez-Safadí
y en las esquinas los pacos flautean su piulí.
¡Se está cebando el invierno con el pobre Guayaquil!

La niña guayaquileña, suavidad de caniquí,
pabilo que se consume, se está muriendo de esplín.
¡No te mueras, morenita sin antes quererme a mí!
¡Sin que me digan tus labios palabritas de canguil,
sin recostarte en mi pecho y dormirte de perfil!

Cuando la calle se quede color de guachapelí,
guáchara de todo ruido, triste como un amorfín,
yo me apearé de la noche y me llegaré hasta ti
para cantarte al oído eso que deseas oír:
«Me quiero casar contigo, pedazo de serafín».


Abel Romeo Castillo
guayaquileño; 1904 - 1996