A un amigo, en su matrimonio

Sé que te vas a casar
y en verdad, te compadezco:
yo del instinto carezco
de dejarme esclavizar.

Yo no puedo todavía
renunciar la libertad
de ejercer mi voluntad
por la noche y por el día;

de salir a cualquier hora
y al sitio que me provoque
sin que haya quien me disloque
un hueso por mi demora.

El matrimonio me place...
mas siempre que no sea el mío
porque es meterse en un lío
que nunca más se deshace.

¿Cambiar de buen gusto yo
mi estado civil soltero
por el triste y lastimero
de casado? ¡Cielos, no!

¿Y tener que renunciar
a tantas y tantas fiestas
y a las muchachas apuestas
con quien puedo gozar?

Habiendo tantas mujeres,
dedicarme solamente
a una? ¡Ni estando demente!
¡Denme miles de esos seres!

Francamente, el matrimonio
lo comparo con la muerte;
ahí están para perderte
o la suegra o el demonio...

Te concedo, sí, una cosa:
tu matrimonio ha de ser
una vida de placer
con la que va a ser tu esposa;

otra es difícil, cual ella,
hallar que junte en verdad
inteligencia y bondad
con una figura bella.

Y tiempo para buscarla
por ahora no tengo, amigo;
ni, con franqueza te digo,
el deseo de encontrarla.

Al menos, no todavía;
la libertad mucho aprecio
y, llámame tonto o necio,
pero hoy no me casaría.

Quizá después de unos años
y si es que encuentro con quién,
me resigne también
del matrimonio a los daños...

Mientas tanto, ¡a divertirme!
No quiero después, casado,
de no haber mucho gozado
con tardanza arrepentirme.

Precédeme: y me darás,
si un día agarrar me dejo,
alguno que otro consejo
de lo que aprendido habrás.

Y al morir tu libertad
haré silencio un minuto
y me vestiré de luto
con toda sinceridad.

Francisco Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010