Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto
y, silenciosamente, de algún puerto
irse alejando mientras muere el día;
emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía.
Aunque uno sepa que hasta los remotos
confines de los piélagos ignotos
lo seguirá el cortejo de sus penas,
y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
lo tentarán las últimas sirenas.
Ernesto Noboa Caamaño
guayaquileño; 1891-1927