¿Como queda, no ves, querida esposa,
la blanca helena que a tu lado crece
cuando el riego le falta que le ofrece
tu mano cada vez más cariñosa?
Inclínase marchita y congojosa
al blando soplo que sus hojas mece,
sus pétalos desgreña y desparece
del verde tallo que adornó graciosa.
De pena igual tu ausencia lastimera
me llena el corazón y triste, mustia,
mi faz se muestra de dolor transida.
¡Ay!, amor cual la flor también debiera,
y si vivo, sólo es porque en mi angustia
la esperanza de verte me da vida.
Rafael Carvajal
ibarreño; 1819-1878