Misa de once

Entonces tu tenías dieciocho primaveras,
yo veinte y el tesoro preciado de cantar.
En un colegio adusto vivías prisionera
y sólo los domingos salías a pasear.

Del brazo de la abuela llegabas a la misa,
airosa y deslumbrante de gracia juvenil
y yo te saludaba con mi mejor sonrisa,
que tu correspondías con ademán gentil.

Voces de bronce
llamando a misa de once…
¡Cuántas promesas galanas
cantaron graves campanas
en las floridas mañanas
de mi dorada ilusión!
Y eché a rodar por el mundo
mi afán de glorias y besos
y sólo traigo, al regreso,
cansancio en el corazón.

No sé si era pecado decirte mis ternuras
allí frente a la imagen divina de Jesús…
Lo cierto es que era el mundo sendero de venturas
y por aquel sendero tu amor era la luz.

Hoy te dirá otro labio la cálida y pausada
palabra emocionada que pide y jura amor,
en tanto que mi alma, la enferma desahuciada,
solloza en la ventana del sueño evocador.

Nostalgias del corazón.
¡Magnolias, menta y cedrón!

Armando Tagini y Juan José Guichandut
argentinos; 1906-1962 y 1909-1979