A una dama imaginaria

Qué linda cara que tienes,
válgate Dios por muchacha,
que si te miro, me rindes
y si me miras, me matas.

Esos tus hermosos ojos

son en ti, divina ingrata,
arpones cuando los flechas,
puñales cuando los clavas.

Esa tu boca traviesa

brinda, entre coral y nácar,
un veneno que da vida
y una dulzura que mata.

En ella las gracias viven:

novedad privilegiada,
que haya en tu boca hermosura
sin que haya en ella desgracia.

Primores y agrados hay

en tu talle y en tu cara;
todo tu cuerpo es aliento,
y todo tu aliento es alma.

El licencioso cabello

airosamente declara
que hay en lo negro hermosura,
y en lo desairado hay gala.

Arco de amor son tus cejas,

de cuyas flechas tiranas,
ni quien se defiende es cuerdo,
ni dichoso quien se escapa.

¡Qué desdeñosa te burlas!

y ¡qué traidora te ufanas,
a tantas fatigas firme
y a tantas finezas falsa!

¡Qué mal imitas al cielo

pródigo contigo en gracias,
pues no sabes hacer una
cuando sabes tener tantas!

Juan Bautista Aguirre, S.J.
dauleño; 1725-1786