Seda color blanco

Vestida de seda, color blanco
y en la iglesia las mariposas a mi alrededor jugando,
los pájaros cantaban y el sol en su plenitud se encontraba;
caminando ante el altar, mi corazón se regocijaba de dicha,
más, solamente la soledad merecía y era lo que iba devastando mi sonrisa.

Al llegar ante el altar…
“Soñaré con tus caricias que abandonan mi felicidad,
que cae al pie de los reclinatorios revestidos en ramos,
ante aquella imagen de nuestro Señor,
que perdonó nuestros pecados”;
fue la última frase que di al hombre que amaba.

Y despidiéndome de él corrí, haciendo a la brisa azotar mi piel,
pidiendo paciencia inmersa en amor,
y recibiendo lágrimas de no perdón
que atormentaban más mi dolor;
y cubriendo mis ojos ante un mundo injusto, escapé.

El tiempo a mi favor no estaba,
y el movimiento me negaba desaparecer,
escabulléndome entre la gente esperaba,
hasta poder entender
¿Cómo el amor se puede desvanecer?.

Eran tiempos aquellos, en los cuales el amor era un privilegio;
eran tiempos elocuentes, en los cuales el habla era un misterio;
eran tiempos cerrados, en los cuales compartir era vedado
y eran tiempos de tiempos, que se hacían eternos.

Llegué ante unas escaleras,
junto a ellas un corredor lleno de ideas;
más mis sentidos se convirtieron en gritos,
y sin previo aviso necesité sentarme para tomar un suspiro.

A la derecha de mi hombro se encontraba una ventana,
y mirando desde aquel lugar deseaba que el oxígeno se extraviara;
para que la explicación de indiscretos,
no molestara mis pensamientos.

Escuchaba las voces de decepción,
que marcaban a lo lejos sonidos de desesperación;
y al mirar de nuevo por la ventana para crearme una distracción,
tu silueta se dibujaba con el vapor de mi respiración;

Sin melodrama e inquietud, mis manos llegaron a mis oídos,
y soltando con dolor los aretes que me encantaban,
junto al anillo que representaba nuestro furtivo amor,
que yace en llamas el día de hoy.

Arrebatados de mis manos fueron mis pertenencias
por mis sentimientos llenos de aspereza
y fueron colocados a lado de una biblia
que en la mesa se encontraba,
junto a un rosario de colores llenos de maravillas.

Eran tiempos aquellos, en los cuales el amor era un privilegio;
eran tiempos elocuentes, en los cuales el habla era un misterio;
eran tiempos cerrados, en los cuales compartir era vedado
y eran tiempos de tiempos que a la larga se hacían eternos.

De pronto las lágrimas caían,
cual gotas de lluvia en madrugada,
y se impregnaban en el maquillaje,
como un conjunto de resbalones llenos de heridas
convirtiéndose en despedidas.

Rogando con permanecer en tu memoria, desaparecí de aquel frívolo lugar,
ya terminando el día, lo único que quería, era no despertar,
para durar entre tus recuerdos,
como imágenes sin recelo,
y ames con ternura la sombra que de mi quedó.

Olvidando que a tú lado no pertenezco,
recordando lo mucho que me querías,
pero, la soledad dentro de mí se impregnó
y lo único coherente para ti,
no era lo que deseado por mi.

Eran tiempos aquellos, en los cuales amar con locura era ilegal;
eran tiempos insustanciales, de la sociedad no muy entrañables;
eran tiempos irreversibles, donde decisiones causaban daño entre civiles;
y eran tiempos en que al mirarte, me enamoraste.

Sin embargo, la decisión fue tomada;
la soledad ganó esta batalla
y arrebató mi decisión apresurada,
de ser feliz junto al hombre que yo pensé que amaba.

Sin piedad alguna,
todos curiosos ante mi disposición;
vestidos de gala esperando la ejecución;
más; yo vestida de seda color blanco aguardé en aquel calvario,
y continuaba sin entender ¿por qué el amor se desvaneció?.

Y en la ironía del enlace que me marcó, desaparecí;
dejando huellas al paso de los años donde aquel amor ya no vi;
gratitud siente mi corazón
por saber que fui parte de tú vida,
y hoy… continúo junto a mi soledad; donde soy infeliz hasta este día.

María José López
machaleña; 1992