Diálogo de cumbres

Un diálogo de cumbres ensordece el espacio…
El huracán famélico, reacio,
pugna por destrozar su cadena en los montes.
La tempestad remata sobre los horizontes
quién sabe qué tremenda cosas definitivas…
Un hálito anormal circunda las altivas
mesetas que avisoran el arcano.
En todo hay una especia de temblor sobrehumano.
Y la escena es olímpica, misteriosa, gigante,
digna del padre Homero, de Shakespeare o del Dante!
Es un soplo inmortal… el que circula, acaso,
hasta en las mismas vértebras andinas…
Y queda estupefacto el Chimborazo
entre la emulación de las iras divinas!…
Cada fuerza pretende superar al conjunto.
La escena formidable va subiendo de punto
hasta lindar los éxtasis de la emoción suprema.
Ya no se sabe si es realidad o poema
el asombro inaudito… Mas la grandeza es tanta
que es dolor en los ojos y nudo en la garganta!

«Qué será? —dice el viejo patriarca diamantino—.
¿Será que de improviso se ha truncado el destino
de la tierra en su viaje por el azul celeste?
¿Qué insólita amenaza, qué sortilegio es éste
que empieza a hacer flaquear mis bases de granito?
Yo, que por los siglos vivo mirando de hito en hito
panoramas excelsos… Yo que soy el vigía
del cielo de la Raza, de esta América mía
radiante de heroísmos y prodigios sin nombre.
Yo que en mis flancos pude resistir (no te asombre!)
a Bolivar, el grande entre los grandes,
soberano y magnífico.
que en su delirio estremeció los Andes
y alucinó el Pacífico.
Yo que he vivido y palpo maravillas sin cuento,
nunca, de veras, nunca sentí lo que ahora siento.
Estupor… Sobresalto… Ansiedad… Desvarío…
Mareo de grandezas, temblor de escalofrío.
Una onda sutil que me recorre y hace
como que a fuego lento me consuma y abrase.
Qué será? Su tú puedes, dímelo, cumbre hermana!
Tú que sabes hablar en tu lengua de fuego.
De dónde esta inquietud penetrante y arcana,
este fatal desasosiego?
Algo raro en tu rostro adivino.
Ya empieza a crepitar la emoción en tu fragua.
Golpea en las tinieblas, interroga al destino,
transfigúrate y habla!… Qué es?» Y el Tungurahua,
desplegando el orgullo de su oriflama al viento,
le dice «calla, calla, que todo lo presiento.
Es sangre de mi sangre, aliento de mí mismo
lo que exalta las cumbres y agiganta el abismo.
Lo que hace estremecer el panorama inmenso.
Lo que da la ansiedad que te deja suspenso
y sin saber cómo ni por qué te extravía.
No lo sabes, hermano? Tanta grandeza es mía!
Es nervio de mis nervios y dolor de mi entraña,
fuego de mi volcán, cumbre de mi montaña,
aureola de mi sien nevada y pensativa.
No le ves? Como todo lo que tiende hacia arriba
infunde una solemne majestad al proscenio
deslumbrante y sublime,
donde agita sus cóndores el genio
con la fe del apóstol que redime!
No le ves? No le palpas? Espíritu sin mengua;
orgullo de una raza, flor y prez de una lengua.
Atalaya de un mundo, faro de ideología,
norte de la justicia y de los pueblos guía.
Nació para romper coyundas y prejuicios.
Adoró la virtud, fustigando los vicios.
Templó su corazón en fraguas de Vulcano
y ante sus ojos negros palideció el tirano!
Rebelde como un himno de luz, de independencia;
con su mano ciclópea libertó la conciencia.
Supo, como las grandes, de dolor y ostracismo.
Y en cada golpe pudo superarse a sí mismo.
Es él. ¿No ves como alza sus trompetas la gloria?
Es Montalvo que pasa redivivo en la Historia!»

José María Egas
mantense; 1896-1982