1962 - Rodrigo Pesántez Rodas, primer premio del Ismael Pérez Pazmiño
Diciembre-amor, cuando yo estaba… estaba empezándote a amar… y ya te amaba.
1
Yo quise devorarte en la locura
de un diciembre desnudo y entreabierto,
izar velas de azul en tu mar muerto
y en tus rosas dejar mi sepultura.
Yo quise decorar la quemadura
de tu enjambre de luz y de tu huerto
y en los ojos sembrarte –sol incierto–
la verdura del mar en miniatura.
Sobre tu hombro cercar nido de rosas
y en tu miel dulce voz de mariposas
y en tu risa una alondra de canción.
Darte el cielo en la noche y una nave,
donde pueda acercarte –Dios lo sabe–
para siempre a mi-tuyo corazón.
2
Para tu beso de placer divino
desde el costado de mi sangre un día,
uva de ensueños en epifanía
te dio mi boca en corazón de vino.
Ebrio el delirio en su capricho fino,
bebió del viento la melancolía
y a cero grados de ansiedad ponía
su azul guitarra junto a mi camino.
Bebió y de pronto le nació al olvido
sobre la nieve de su rostro un nido,
bajo el estambre de su polvo un techo.
De pronto el cielo en su edición postrera,
publicó un verso, que aún recuerdo y era:
«de amor la rosa suicidó su lecho».
3
Boca tuya de cántaro dormido
bajo un cielo poblado de amapolas,
para decir Amor, azules olas,
para besar crepúsculo de un nido.
Cantera de manjar cuando rendido
mi ser se incendia bajo tus corolas,
cortejo de clavel y de amapolas,
caracol de mi luz estremecido.
Llaga nocturna en el despierto vuelo,
caricia roja que manchó el pañuelo,
paisaje tibio que a prisión provoca.
Octubre en gajo de fragancia abierto
marfil-delirio donde quedó muerto
el postrer beso que te dio mi boca.
4
Dame esta noche el cielo de tu frente
y el beso tibio de tu gris terneza,
el cántaro repleto de tristeza
donde mi alma desnuda caiga ausente.
Dame el ovillo de tu azul corriente
que el ángel verde del paisaje reza,
todo un ocaso de mortal tristeza
bajo la espiga de mi verso hiriente.
Dame la tierra que madura en calma,
el sol que brinca como un niño en tu alma
la madrugada de tu sombra erguida.
Que es tuyo el salmo que enraizó tu nombre
en la pendiente de mi estirpe de hombre
que para el sueño amaneció tendida.
5
Loco de sed por tu nivel ceñudo,
verso se hizo mi voz para nombrarte
y –acacia azul– mi pecho supo darte
yerbas y estrellas en un solo nudo.
El tiempo envejecido nunca pudo
de distancias tu pórtico sembrarte
y entré a tu corazón para llagarte
con el enjambre de mi mar desnudo.
Llegué un diciembre y era veintinueve,
llegué al ocaso y en la mano leve
de luz te traje la ternura clara.
Llegué en el viento hacia tu espiga y pienso:
si tus ojos diluyen mi mar denso
por el amor, Amor, cuánto te amara.
6
Esta tarde y tu ausencia y Dios gimiendo:
tres torrentes de mi único latido,
tres signos de mi luz, un solo nido
lámpara azul de mi morir viviendo.
Mínima tarde de mi mal horrendo,
tiéndeme el cielo bájame a Cupido
y acércame su océano florecido
que Dios en mí de amor se está muriendo.
Dame espiga tu cáliz de tibieza,
de los astros su huella de tristeza,
de la brisa sus gajos entreabiertos.
Que esta tarde tu ausencia y Dios unidos
han sangrado de amor y luz heridos
quieren mañana despertarse muertos.
7
Volvamos al camino de la tarde:
la yerba ha vuelto a retornar ligera
y en su menuda suavidad viajera
la imagen de los dos todavía arde.
Volvamos a entregarnos sin alarde
que el tiempo de rodillas nos espera,
con una hoja de luz a la vera
y un racimo de mar bajo la tarde.
Seremos el clavel de los gitanos
que en pago del amor de nuestras manos,
un nuevo corazón resucitemos.
Y si eso no te basta ven, apura,
sumerge tu cabeza en mi locura
que aunque locos de amor, regresaremos.
8
Era de noche en tu ventana cuando
fugaz mi sombra tamizó tu boca.
Era el pañuelo de tu risa loca
que abrió en mis manos un rosal jugando.
Era tu beso que nació soñando
niño en la brasa, desgajada roca,
tu paso leve que el paisaje evoca,
tu carne al río de mi sed temblando.
Era el silencio que a tu voz me liga.
La luz que a solas maduró en espiga.
El sexo fresco en su corcel risueño.
Era la aurora que en tu paz se triza,
tu piel que hoy suave siento se desliza
hacia la ardiente desnudez del sueño.
9
Te pareces a mí cuando no vivo,
cuando dejo de ser Nada y existo
como un madero en el camino listo
para la cárcel de un amor cautivo.
Te pareces a mí cuando describo
la locura del MAR y me resisto
a saber que yo soy el que se ha visto
tantas veces muriendo cuantas vivo.
Te pareces; por eso un día abriste
una calle traviesa en mi alma triste
con rosales del viento estremecido.
Por eso el día en que nació tu muerte,
mi vida entera comenzó a quererte
con sangre-fuego de huracán herido.
10
Sólo me queda de tu nombre un nombre:
Ausencia y nada más… noche vacía,
en tus pomos de luz sin travesía
embárcame cual polvo y no te asombre
que siendo polvo preferí ser hombre.
Embárcame: que soy quien repartía
en mañanas de amor el alma mía
y en recuerdos el nombre de mi nombre.
Nada llevo. La sombra de sus manos
fugaz el tiempo transformó en arcanos
retratos… ¡Ah y sus ojos y su beso
iniciales testigos… nada… nada.
Soy el sueño fugándose en la almohada,
soy apenas el polvo de esto y de eso.
Rodrigo Pesántez Rodas
azogueño; 1937 - 2020