Silenciosa y eternamente va a nuestro lado,
con paso sin rumor, enigmático y ledo,
grávido de misterios el rostro enmascarado,
seguida del horror, la tiniebla y el miedo.
Pasan las Horas dulces en cortejo rosado
y sonríen… yo intento sonreír y no puedo,
porque al saberme siempre por ella acompañado,
como quien ve un abismo súbitamente quedo.
Cuando pueblan la estancia las horribles visiones
que hace la Neurastenia surgir en los rincones
entre los cortinajes de azul desconocido…
¡ay, apagad las luces y velad los espejos!
Temo ver en sus lunas de borrosos reflejos
junto a la Enmascarada mi faz de aparecido.
Medardo Ángel Silva
guayaquileño; 8 de junio de 1898 - 10 junio de 1919