En el viejo cementerio donde todo es podredumbre
donde no llegan los ecos de la humana algarabía,
olvidada para siempre de la ignara muchedumbre
duerme triste y silenciosa la adorada vida mía…
Sobre un tálamo de flores que sembré en el campo santo
y velada por el viento que a las cúpulas agita,
hoy contemplo con los ojos inundados por el llanto
una caja de madera que su cuerpo deposita…
Fue una casta virgencita. Su belleza cautivaba
a los míseros mortales que miraban su figura.
¡Quién, al verla tan hermosa como buena, no exclamaba:
Es un ángel con la forma de una mística criatura…!
De sus formas seductoras que turbaron mis sentidos,
ya no quedaba más que polvo que remueven las gusanos.
¡Pobrecita! De sus voces que arrullaron mis oídos,
queda un eco que repita: «¡Lo que somos los humanos…!».
Gabriel Villagómez Viteri
guayaquileño