No te arrimes mucho sobre mi desgracia
ni afines tu oído para mi canción.
Porque es tan dolida y humilde mi gracia
para las finuras de tu aristocracia
y las maravillas de tu corazón!
Yo sé que me sigue tu cariño santo
como una estrellita de felicidad.
A veces te lloro, y a veces te canto!
Pero me da pena que te mires tanto
sobre la fontana de mi soledad!
Mis invernaderos dañarán tus rosas…
Grave y pensativa te hará mi laúd.
Yo soy un enfermo que tiene sus cosas…
Retira en silencio tus manos piadosas
de la herida mala de mi juventud!
Yo soy un enfermo que tiene sus cosas…
No busques alivio para mi orfandad.
Serás, con tus manos floridas de rosas
y con tus unciones misericordiosas,
como una hermanita de la caridad,
pero yo no quiero que por mí desveles
el sueño dorado de tu corazón.
Ni agotes tu néctar ni seques tus mieles…
Que ya puse al margen de mis horas crueles
la dulce ironía de mi salvación.
No sé qué destino te puso en mi vera…
Ni qué bebedizo de magia sutil
dejó que mi pobre ceguedad te viera
pasar en las glorias de tu primavera
como una infantina de cuento de abril!
No sé qué herbolario, ni qué hechicería
o qué libro malo me dio su licor…
Pero, misterioso faquir, yo quería
deslumbrar en ansia de mi fantasía
con tu fabulosa leyenda de amor.
Y no sé qué alquimia doró mi desgracia…
Y fue todo música y luna y canción!
Y soñé rondeles floridos de gracia
para las finuras de tu aristocracia
y las maravillas de tu corazón.
Pero ya sangraba la herida secreta.
Ardía en silencio la llama fatal.
Y, cuando quisimos coronar la meta,
triunfó la injusticia de nacer poeta,
rodó mi celeste vendaje ideal…
Y sólo quedaron las alas marchitas,
el libro soñado.. lo que pudo ser!
Y algún misterioso temblor en mis cuitas
por tus inefables miradas benditas
y tus pecadoras manos de mujer!
Algún escondido retazo de pena…
Algún idealismo y alguna inquietud…
Y no sé qué dulce bondad nazarena
para esta fatiga, para esta cadena
del santo suplicio de mi juventud!
Tengo, por estirpe, mi solar cristalino.
Mi heráldica sabe de la Flor de Lis.
Vibran abolengos al tender la mano…
Y va por la vida mi amor franciscano
como un hermanito del Santo de Asís.
Pero no te acerques con unción de gracia,
ni afines tu oído para canción.
Porque te pudiera tentar la desgracia
de hacer la corona de tu aristocracia
con las maravillas de mi corazón.
José María Egas
mantense; 1896-1982