Versos

¡Qué de ayes, qué de lágrimas me cuesta
remover los escombros del pasado
y al grito del dolor más concentrado
oír, por toda y única respuesta,

el muriente rumor de la esperanza
que nos trajo la aurora que se aleja,
y cerca el ¡ay! de la sentida queja
que nos trae el crepúsculo que avanza!

Prefiero a tu palabra que parece
la eólica cadencia de una lira,
tu sonrisa de amor que se estremece
cuando en mis ojos reflejar se mira;

y a tu sonrisa, que el amor se afana
en dibujarla apenas en tu boca,
prefiero el tinte de subida grana
que en tus mejillas el pudor coloca.

No es dolor el dolor que se traduce
en ayes y sollozos
y que, dejando el corazón, inunda
de lágrimas los ojos;

sino el que se retuerce sin salida
del alma en lo recóndito;
el que no tiene gritos de reproche
ni lágrimas de enojo.

¿Olvidarte?… ¿Se olvida, por ventura,
el pobre ciego de la luz que, un día,
inquieta en sus pupilas sonreía,
al mostrarle del mundo la hermosura?

¡Ah, si tú has sido sol de mi esperanza,
si luz primera de mi amor tú has sido,
sepultarte en la noche del olvido,
ni el tiempo puede ni el dolor alcanza!

Hoy te he visto. La sangre de mis venas
de golpe se me heló,
y el triste enjambre de mis viejas penas
callado se quedó.

Y quise hablarte y en el alma mía
palabras no encontré,
¡y comprendí que te amo todavía
lo mismo que te amé!…

La onda que en medio de la mar bravía
se eleva cual montaña,
es un puñado, nada más, de espuma
cuando revienta en la desierta playa.

El dolor que en la vida nos parece
gigante sin entrañas
cuando se toca el borde del sepulcro
es polvo, nada más, que el viento arrastra.

Adolfo Benjamín Serrano
cuencano, 1862-1935