El susurro aquél, ora tan lejano,
fue alguna vez el beso lanzado
que partió generoso de tu boca
a darse solamente con la sombra
del que partió i ya has olvidado,
i es ahora la pena de sus pasos
i es el peso que llevan sus brazos,
mas lo carga para que cuando vuelva
desde la primera mirada sepas
que no quiso soltarse de tu lado.
Cuando los ceibos lo vean volver
i la humedad lo vuelva a roer,
él se plantará frente a tu casa
de ladrillos rojos i puertas blancas
i si no lo puedes reconocer,
él te va a devolver ese beso,
que de susurro pasó a tormento,
para que sepas que no quiso irse
i comprendas a esos huesos tristes
que te amaron igual desde lejos.
Jorge Luis Pérez
guayaquileño; 1987