Se desliza hacia abajo
un sonoro riachuelo
jugando entre las piedras
de un campo serraniego;
las gotas saltan húmedas
hacia el pasto sediento
i brillan cual luciérnagas
bajo el sol mañanero.
Vamos, pendiente arriba,
sin prisa, sin objeto,
disfrutando del aire
eucaliptado i fresco,
de las voces del campo
i el olvido del tiempo.
La escena es más tranquila
que un bucólico lienzo.
Nos sentamos al borde
del bullente sendero
i las aguas parecen
contarnos su contento.
Me acerco a tí, buscando
el calor de tu cuerpo.
Rodeo tu cintura
i te beso en el cuello.
Giramos i en la hierva,
quebrándola, caemos.
Tu cuerpo se hace rosa
i colibrí mi cuerpo
en búsqueda ansiosa
de tus néctares; luego
los voy sorbiendo todos,
todos los paladeo...
¡i en supremo éxtasis
también el mío te entrego!
Ya no canta el arroyo:
brama su desasosiego
i parece lanzarnos
con ayuda del viento
unas gotas que apaguen
ese súbito incendio;
las aves se detienen
i se adelgaza el céfiro
i en el sol hay celosos
remolinos de fuego.
Poco a poco la brisa
reanuda su paseo;
el riachuelo prosigue
su juguetón descenso;
los pájaros retoman
el ritmo en sus arpegios.
I nosotros
-- más nosotros sintiéndonos--
en un largo suspiro
enhebramos mil besos...
Serranía ecuatoriana
Francisco E. Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010