Si esa sonrisa que hoy orla su rostro
mantenerla perenne… en el tiempo
pudiera, sería: ¡un suficiente copo
de «Rocío», para inspirar mi estro.
Adormecido. Y yo, esclavo de vuestro
enternecido gesto, que cual ampo
y generoso obsequio… destiempo
me hace usted sin saber… ¡lo hago nuestro!
Y, en obcecado rapto incendiario,
egoistamente deseo secuestrarlo,
para entonces en acto solitario…
Gozoso yo: ¡ponerme a disfrutarlo,
cual redivivo fénix cinerario
¡sus dulces labios marmóreos, besarlos!
14 de marzo de 2007
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943