Nació el ocho de julio de mil
novecientos, ¡como si fuera ayer!
Viva, cumplirías hoy: ¡cien años mujer!
pero, abuela, ya no estás aquí.
Alguna vez me dijo: «deseo vivir
una centuria… sólo para ver
si valió la pena, un siglo existir;
pero la vejez… no es ningún placer».
Hoy… te sobrevivo, y soy testigo
de lo que para ti… ¡no puedo ser!
te digo: estoy de acuerdo contigo;
¡sufriste mucho antes de fallecer!
Conforme: escucharte era obligo;
de cuando en cuando me decías:
«créeme, hijo mío, yo nací con el siglo;
siglo plagado de tristes profesías».
«Siglo veinte, cambalache…
problemático… y febril;
el que no llora no mama,
y el que no afana es un gil».
Nací con las vacunas y pianolas;
el Ford, la aviación y el fonógrafo;
un poco retrasada del telégrafo;
anduve en carros tirados por mulas;
en los primeros autos y tranvías;
hijo, soy del tiempo de la chispa…
circunspecta tu siempre repetías:
«¡he visto sucederse las etapas!».
Contemporánea del ferrocarril,
la obra cumbre del Eloy Alfaro,
con la que unió Quito y Guayaquil,
y, en gratitud… ¡lo arrastraron!
Tiempos de frondas y abundantes logros;
a la par: ¡imperaba la miseria!;
el cine mudo… ¡en blanco y negro!
el color, aún, era sólo quimeras…
Había caído el emperador de Rusia;
gobernaba el bolchevique Lenín:
socialista, dialéctico a conciencia;
¡venció al taumaturgo: Rasputín!
El gran Caruso y su vozarrón,
deslumbraba con sus cánticos dramáticos;
los Tres Chiflados, en actos acrobáticos:
¡nos hacían reír y llorar de emoción!
La primera Guerra; el armisticio.
Medardo Ángel Silva, espíritu bello,
en cuyos versos vibró la lira…
en tu casa, con él, en el piano a diario,
a cuatro manos: ¡tocaban sinfonías!
Su muerte trágica, por mano propia,
en duelo eterno a la patria sumiría;
¡Manuel J. Calle; el guante, «sus charlas»,
tuerto genial, «leyendas» nos legaría.
Y… hoy bien avanzada la centuria
veo los afamados premios Nobel;
¡y lo práctico del motor a Diesel
como algo digno de la historia!
En esos días de ingenuo destape
en los cinemas de aquel Guayaquil…
Abuela, te lucías con el piano, allí,
sincronizando armónicos golpes
con las teclas, el pedal, la sordina…
¡a las escenas mudas dabas vida!
Fue aquella una actividad muy digna…
¡hasta que advino la sonoridad!
Entonces para ti fue otro cantar:
el almacén de pianos de tu padre,
¡volviste una vez más a administrar!
Hasta que murió él… Y siendo ya: ¡madre!
tutora y albacea de los que heredaban…
¡en plenos años treinta!, los del crac;
cuando los banqueros desesperaban:
vestidos de frac, ¡se suicidaban!
¡Viste nacer y desaparecer
la república española y a Lorca!
A Valentino, Gardel y Hitler…
como la consagración del Óscar.
Picasso, Casals, Einstein, Neruda;
a los cinco unidos como un puño:
lustre y pres de la patria y el terruño;
¡eran demócratas y camaradas!
Grises nubarrones como al planeta;
¡igual… a tu vida, la ensombrecieron;
y llegarían los tétricos cuarentas
cargados de muerte y desolación!
Tu primo, el joven José de la Cuadra
apadrinaba dichoso a mi padre;
eran a la vez: ¡parientes y compadres!
¡Su muerte prematura lo taladra!
Familia, amigos; las letras y la patria
lloran desconsolados al cuentista,
bate, relator, maestro y jurista;
caído había… el precursor de Gabo García
Márquez: Los Sangurimas, se adelantó
al Macondo colombiano; no en vano…
¡en tan corta existencia, Pepe ganó
prestigio; se impuso su talento!
Y se declara la segunda Guerra:
Hitler, el genocidio; Truman, bomba
atómica: Hiroshima y Nagasaki.
La especia humana… si no para: ¡se acaba!
¡Se está haciendo el harakiri!
La geopolítica, clava sus garras;
la cortina de hierro, nos agarra;
la guerra fría, como estrategia: ¡pueril!
¡La muerte de mi padre, qué tragedia;
nos marcó para siempre la vida!
Eduardo Octavo y la divorciada:
Amor, nobleza, orgullo: ¡comedia!
¡Corea, el preludio; Vietnam castigaría
la soberbia del yankee genocida!
MacArthur: su autoridad: ¡desconocida!
A Eisenhower… no lo reelegirían!
La Casa Blanca, por Jackie, es tomada:
¡Kennedy, Johnson, Nixon, Ford y Carter…
hasta Reagan: ¡influirían tu carácter!
Pío doce, el Papa ambiguo; de bajada
el Vaticano, Juan veintitrés:
El bonachón; Paulo sexto, el viajero;
Juan Pablo primero: ¡el Papa sonriente
vilmente asesinado al mes
de ser electo al pontificado
por hablar al «cónclave» con franqueza!
¡Repartir de la Iglesia sus riquezas
para ayudar al hombre pauperado!
Juan Pablo segundo: ¡cosmopolita,
sociólogo, políglota, histriónico;
templario moderno de los católicos;
para ti, un vicario realista!
El diez y seis de julio del dosmil;
dentro de ochos días exactamente,
harán diez y siete años de tu muerte:
¡dolor, vacío, orfandad para mí!
¡Añoro tus enseñanzas, abuela;
madre perpetua en mi corazón!
Por esa diligente devoción
y amor que dejó en mí buenas secuelas!
Los cuentos que recuerdo… relatados
por tus labios, los grabó mi memoria;
las primeras noticias de la historia…
de tu boca escucharon mis oídos;
las primeras novelas y cuentos;
las primeras romanzas, y… tus versos:
¡nimbarían mi estro en mi cerebro!
En pocos meses; sin avispamientos;
¡indiferente; cuasi de agache!
Sin arte ni parte en el despojo;
con tristeza en el semblante.
Con marcadas saudades en el rostro
–por la pérfida cosecha de abrojos–
se esfumará este podrido milenio
¡con recursos tecnológicos y ciencia;
con globalización del orbe;
con internalización del hambre;
con internet que todo lo absorbe…
¡dejando en Babia al pobre hombre!
Ya, los taumaturgos del dinero;
fenicios y fariseos del mercado,
fingiéndose mal enterados…
un año ha, este trago amargo…
¡sin rubor, su final, adelantaron!
Hoy, la faz, nos desfigura sin remedio,
el rictus cruel, de las décadas perdidas…
por disquisiciones tormentosas
de los malos gobiernos que nos dimos!
Venga el nuevo año; venga el nuevo siglo;
que en el nuevo milenio, el mismo hombre
corrompido, nos llevará al abismo;
al despeñadero sin nombre
del corsi-recorsi eterno
que nos señaló Juan Bautista Vico!
¡por la vida, abuela, pasaremos;
y, al igual que vos: ¡recuerdos!,
mañana, tal vez, sólo… seremos!
Durán, 8 de julio de 2000
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943