Hoy no me queda más por visitar
que el cementerio de mi ciudad;
reposan con desencarnada piedad,
¡allí, amores que me hicieron vibrar!
Bisabuelos, padres, tíos y sobrinos;
una retahíla de amigos queridos;
cientos; tal vez miles, de conocidos…
¡que insensibles: «gozan» el sueño eterno!
Pero, por sobre «todos», visitaré
primero a mi amada abuela
e inclinado al nicho, le contaré
¡que mi vida es grosera cantinela;
que quizás otros aires buscaré
y me le perderé: ¡aunque me duela!
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943