Primer premio del Ismael Pérez Pazmiño de 1968
No pudo ser amor y parecía.
Ni fue el espectro de la primavera.
No pudo ser amor, pero quisiera
seguirlo imaginando todavía.
Y si no fue el amor, pues ¿qué sería?,
porque el regreso de la muerte no era.
Ya no importa lo que es ni lo que fuera
porque dentro de mí no lo hallaría.
Pero sigue viviendo en la mañana,
en el viaje que empieza en la ventana
y en todas esas cosas que he perdido…
como el ajeno mundo de la rosa,
como el río, la luz, la mariposa…
Parecía el amor y es el olvido.
Es una hoja que la quiso el viento.
El fulgor de una estrella perecida.
Es el quebrarse mismo de la vida
este olvidado amor que ya no siento.
Tiene el itinerario de mi acento
con su lejana nota conmovida
y el perfil de una lámpara encendida
que se apaga de pronto con mi aliento.
Cómo poder utilizar sus huellas
y en el nocturno de mi sangre yerta
perennizar una eclosión de estrellas.
Es una piedra más que me ha vencido
y me ha dejado con la herida abierta
en un sitio de mí que no he tenido.
Cómo poder reconstruir sus pasos
de arbusto surtidor en el vacío.
Cómo poder aprisionar un río
con las pobres orillas de mis brazos.
Yo, que ablando mis líricos fracasos
con el ángel cansado del rocío
para poder creer que ha sido mío
lo que sigo perdiendo en los ocasos.
Yo, que vivo tan sólo cuando amo
y que por no tener dónde quedarme
ni siquiera a la muerte la reclamo,
sólo tengo de mí lo que he perdido
y todo lo que nunca quieran darme…
Parecía el amor y es el olvido.
Yo, que no amo la vida y que prefiero
evadirme de todo cuanto existe
y que vivo perennemente triste,
voy bebiendo en un cántaro ligero.
Pero así seguiré por mi sendero
con el ángel vencido que persiste
Y en el alma de espuma que me asiste
crecerá mi evasión de marinero.
Me verán solamente en las arenas,
en la hierba que pisen, en la bruma
y en el frío equipaje de las penas.
Y tal vez en un ámbito lejano
que la paz con su canto lo consuma,
partiré desprendido de una mano.
Este mar que me rompe la frontera
como un suspiro azul sobre el recuerdo
ensaya un viaje pensativo y lerdo
con mi nave de luz que es prisionera.
Este mar esparcido a la manera
de un paraíso de cristal que pierdo,
está golpeando al corazón que muerdo
con mi nave de luz que es prisionera.
Cómo poder reconstruir sus vías
y volver por azules lejanías
a dialogar con la ilusión dorada…
Este mar que en mi sangre se apresura,
es una lágrima de amor tan pura
que ha rodado de mí. Multiplicada.
Se va la vida sin haber cuidado
lo que uno logra en la feroz contienda.
Se va la vida sin dejar que encienda
la llama de un crepúsculo soñado.
Y la vemos cayendo del costado
como cae de los ojos una venda
y nada nos detiene por la senda,
ni siquiera un amor arrodillado.
Se va la vida sin dejar testigo
y nos vamos quedando sin abrigo
porque el último frío nos reclama.
Al corazón le pesa lo vivido
y de tanto embriagarse con olvido,
ya nada escucha si una voz lo llama.
Escribo ahora que el dolor me arde
en toda la extensión de la ternura
y está mi corazón –lágrima pura–
cayendo de los ojos de la tarde.
Cada paso que siembro sin alarde
se desprende con toda mi estatura.
Quiero apoyarme hasta en la piedra dura
con tal de que haya un sitio que me aguarde.
¿A dónde voy despreocupadamente
dime viento que vas con tanto brío?
Quiero ser sólo un árbol de repente.
Para amarrar un verde movimiento
con fértiles cadenas de rocío
que te detengan la nostalgia, viento.
Hay tanto llanto alrededor que siento
apagarse mi voz estando herida.
La brisa es una mano conmovida
donde viaja un lejano sufrimiento.
Hay tanta soledad que me contento
cuando me habla una rama florecida,
así el dolor del mundo me convida
y estoy multiplicado por el viento.
Y hay tanta mesa triste, tanta llaga.
Tanto adiós que en el aire se propaga
con aliento de pólvora y gemido.
Hay tanto llanto suelto por el día
que mi flauta de eterna melodía,
por vivir en el viento se ha perdido.
No pudo ser amor y está sembrado
en el llanto que acusa a mis oídos.
No pudo ser amor en mis latidos
pero se hace presente en lo llorado.
Y se alza un cataclismo en mi costado
que se ahoga en la voz de los caídos
sacudiendo a mis ramas los gemidos
del Vietnam y su río ensangrentado.
Cómo regar entonces estas rosas
que no sangran y tiemblan olorosas
sin poder con la furia de la vida…
Debieran escalar hasta manzanas
para verlas brotando las mañanas
en vez de ramas, de una mano herida.
No pudo ser amor esto que olvido.
Es sólo el mar errante que me paga
volcándose en el lecho de esta llaga.
Me paga, digo, por lo que he perdido.
Será tal vez que el corazón ha sido
una arteria fluyendo que se apaga,
por eso no es un fuego que me amaga
sino un viento que va despavorido.
Será tal vez que ya no queda un sueño
porque brotan más lágrimas que rosas
y el camino se ha vuelto más pequeño.
No lo sé. Si los pájaros supieran
que los vientos propagan estas cosas,
al umbral de la luz se detuvieran.
Será tal vez que ya no queda un sueño
que podamos llevarnos a los ojos,
ni un mendrugo a la boca, sólo rojos
espasmos inflamando nuestro leño.
Será que la esperanza es el pequeño
tabique donde irán nuestros despojos,
por eso es que el amor en nuestros ojos
ya no se moja con la luz del sueño.
No lo sé. Pero vive en la mañana,
en el viaje que empieza en la ventana
y en todas esas cosas que he perdido…
como el ajeno mundo de la rosa,
como el río, la luz, la mariposa…
Parecía el amor y es el olvido.
Gonzalo Espinel Cedeño
guayaquileño; 1937-2019