Primer premio compartido del Ismael Pérez Pazmiño de 1996
A mi abuela, a su memoria Tu voluntad avanza como una ola donde todos los días acaban por ahogarse. –Rainer Maria Rilke.
Arenas movedizas
La creación es un circuito.
Todo volverá al mismo lugar donde vino
renacerá de nuevo
y empezará a levantarse desde el primer
momento.
Los mismos mundos, bajo
diversas apariencias
emergerán de la luz y las tinieblas.
Los viejos/nuevos habitantes del planeta
se repartirán la frustración de no poder pisar las dos orillas
a la vez.
Vi como las palabras se desvanecían
una tras otra hacia su origen.
Examiné tiempos, nudos, volúmenes
huérfanos de odios y de escombros.
Todo descansaba
acostumbrado inútilmente a ser memoria.
No había tiempo para recoger a Dios.
* * *
Mis palabras han caído.
Quizás sólo sean ángeles de un tiempo inconcebible
imágenes
de un alucinar sin voz.
Imprudentes emisarias del silencio.
* * *
Escupo el mar:
ansiado verbo que incorpora
mis manos silenciosas
hacia mi otra edad de alucinados pájaros
que lejanos desafían
mis nocturnos hábitos de vuelo.
Ha nacido para curar soles obscenos.
Ávida de nubes que derraman su vergüenza
la oscuridad es más cierta que aquel as de espadas
que ciega como ignora
mi soledad
El tiempo en círculos concéntricos
derrama su licor
y un alivio de noche escapa entre los rescoldos del relámpago.
Fiel a mí tu nombre como una maldición:
Poesía.
Sus manos llevan un acorde antiguo
una prisa lenta que conforta
que me habla del lugar de donde viene.
Escurridiza a veces, observa lejos
agazapada en el follaje
pero está ahí
deslumbrante
en su conmovedora desnudez
libre
en la carencia de sus gestos,
Poesía:
después de todo, la eternidad existe…
Escucha el silencio del nogal fumando niebla
prestidigita sus crines que apuñalan
la tormenta.
La herida del volcán
la raíz de la savia compartida
ha derribado la estructura del demonio de los pájaros
y te ha visto humedecer
al amparo confidente de la lluvia
y desmemoriar el fuego que te ata.
Aquí
donde los estertores de la noche
te han puesto a salvo del aniquilamiento
siguen resonando los tambores de la luna
desde su guardia de roedor inalcanzable.
Goteando multitud de signos
a través de la rendija de habitaciones soñolientas
alfabetos que perdimos
proponen a ese mundo
que empieza y termina entre tus manos
un antiguo poema hecho de carne
todo acude a mí como un instante.
La tierra apenas paladar de huesos
rumor de sudores incontables
palabras que se agitan
sobre la bruma de la humanidad.
Aquella
la última morada
de ese poeta de mirada fangosa
que incineraba frenético sus días
en la terca desnudez de una mujer.
Ahora ya no caben
deshilachados muros
mareas que a su paso rescataron
regiones olvidadas del instinto.
La cura del amor es el olvido
decía mi abuela, mientras
legiones de manglares crecían en su piel.
Con ella aprendí a detener instantes y a perpetuarlos en un té
cuando la sombra del molino
me invade los espacios
y empiezo a creer que ya no existo.
Hombre
Laberintos de sueños que envejece
Mar
saliva de los dioses
Entre el hombre y el mar de mi poema
solo media
la playa de tu ausencia.
La muerte es pasajera.
Todo acude a mí como un instante.
En ti me reconstruyo…
Tu colmas en mi calma la habitación vacía.
La ciudad es un campo minado de estupor.
A las casa le salieron canas
y los días se retiran
tras el humo que exhalan las baldosas.
Una última escapará de las cenizas
y yo me detendré a pronunciar en alta voz
la algarabía de mi muerte.
Para entonces, habré rescatado a la ciudad
del olvido profundo de la tierra.
Otros ojos que sepan los mismos
leerán en una lengua muerta
una extraña inscripción que anunciará:
«La muerte es pasajera»
Como el sombrero del mago
es oscuro e infinito,
el viaje que
me espera hacia tu centro.
El cuero de la luna
una comilla que sostiene el auditorio.
En ese instante el tiempo se detiene y es un espectador más
aplaudiendo el número del día.
Ahora ya puedo recorrer
converso tan denodado sortilegio.
al avistarte desnuda caigo en cuenta
de que la noche de tus ojos
es un presagio inacabable.
Tú eres la ventana que junto al mar se posa,
la escoba del viento
que barre la hojarasca.
No importa que las calles nos den caza,
que tengamos que volver
sobre los aleros
a rescatar la sombra que el amor obliga.
Seguiremos navegando
hasta que Ícaro despierte en otro cuerpo
y se arrepienta,
hasta que el amanecer
disponga en sueños
el último abordaje.
Empezamos a jugar:
tomo tu infancia y te recreo
entre el salto y te la caída
y la invariable decisión de retener
puntos de luz que oblicuos caen
desde la ventana hacia tu cuerpo.
La escalera nos conduce hacia el abismo
las cartas han sido echadas
fingiendo caos…
todas llevan el estigma del azar,
por eso se eliminan bruscamente.
Mundos vi caer
en una mano de baraja
mas nunca desmayé
en el arte de ir tejiendo mutaciones.
Obtuve de ti
el perdón de mis bondades.
Carecí del silencio de las aguas
para callar cuando hace falta.
Las líneas de mi mano ya me condenaron a morir
en cada sobriedad.
Sucumben labios como arenas movedizas.
Las flores, acribilladas de rocío,
reconcentran su color
cuando la tierra, ennegrecida, vuela.
El mar tiende a tenderse:
la austeridad de tus hombros
se somete a mis modales.
En lides cotidianas de acrobacia
la huella del incienso nos conduce hacia ciudades sumergidas
donde por fin levantamos
de entre los escombros
una nación ardiente entre los dos.
El tiempo crecía como el mar
ajeno a nuestro encuentro.
Las orugas del sueño tejían sus temores.
¿Recuerdas?, mi acontecer era largo
como gemido de blues
y tú te entretenías surcándome en silencio.
Hoy que entro a este bar
y siento un murmullo de estrépito
que no es el de la cerveza retorciéndose en el vaso
sino tu llegada como náufrago
a mis playas; logro convencerme de que nunca pudimos guarecernos del amor.
Debes saber:
la luna es mansa en los portales
se alarga hacia tu sombra
y te rodea.
Sigue las huellas que dejaste
en otra voz
en otro tiempo
en otro verso.
Olfatea espacios
y se apropia de la noche.
En la noche los árboles son llamas.
Por eso calcinan nuestros cuerpos.
Sumpa.
La tierra resbala nuestro encuentro.
En mis manos
no cabía la desnudez de tanto espacio
rubricado por el mar.
Entonces, millares de cuerpos se poblaron
del recuerdo de una noche interminable.
Ella me mira las manos
escruta instintos extraviados
leyendas que sostienen sus indicios.
El silencio es insultante;
hay demasiada razón para callar
–dicen los rostros–
Por eso vigilan mi presencia
y me acusan
de no pisar con lógica al asfalto.
Paradero - sin nombre.
Ella se separa de su ruta
invitándome a escapar
de la foto b/n.
A Carmen Teresa Avilés
Invierno.
La aspereza cubre la transparencia de la hierba.
En cámara lenta pasan las ciudades.
El viento se mueve torpemente
como un principiante en el amor.
Pero tú no necesitas llamar a la ventana
para asegurarte
un destierro decoroso.
Dime, ¿Para qué estas vestiduras,
este ropaje antiguo como frontera inútil
que nos aparta bruscamente del lenguaje?
Al asombro del mar
una ciudad líquida nos llama.
Los cuerpos nos reciben
refulgentes como conchas en la arena.
La espuma es la saliva de los dioses.
En ella esculpiré la última distancia.
Las ciudades de los andes
envejecerán de espanto y niebla
mas, la nueva humanidad ecuatorial
emergerá del mar.
Las aves
nunca terminan de estrellarse contra el cielo.
El sol queda tatuado
en puentes y ventanas.
La desnudez de la ciudad se cubre en luto…
Entro y salgo del poema
lo mismo que de ti.
Deja que la luna resbale
pálida desde tu nuca
como un presentimiento.
Mis manos esparcirán su luz sobre la tierra.
El sendero de la humedad está trazado.
Sin dubitaciones
me reflejaré en tu espalda y desearé atravesar
con vocación de vértigo
el surco ineludible de tu astro.
Línea tras línea
mis dedos escribirán
el aguacero de tu piel
Heredo de la noche
la claridad exhausta de tus manos.
He querido transgredirte con caricias
escogidas
que a cada instante
te harán mudar de piel como la mar.
¿Dónde sino aquí! ¡La permanencia del instante?
Huyen los caballos de la noche
una lanza de la luz rompe las filas
la infantería de la sombra
desprende al contendor en retirada.
Todos héroes que soñaste
esconden su armamento
en algún lejano vientre.
Un nuevo grito de agonía les hará volver.
Seguramente la guerra durará más de un millón de amaneceres.
Me retiro del lugar de las palabras
como la oscuridad del ventanal que se desviste.
Hemos inventado el desencuentro
que jamás existirá.
Detrás de la tinta que cojea
queda el designio de fungir
igual que el tiempo
de eterno hacedor de soledades.
Como la vida se adelanta a la locura
una velada surta de abstinencia
me impide terminar este poema…
Te diré que bebo de tu huella
desde la pendiente de los aparejos.
Que el deseo de izar velas
en tu nombre
se lo debo a la nostalgia.
¿Cómo no hendir de sal los pechos
cuando tu aroma silba las arenas de mi piel?
Esta costumbre de diluir la tarde
en el océano de tu boca
la conocí siempre.
Desde mi paciencia aguardo
el muro inexpugnable de tus ojos.
Yo no llevo salteadores de caminos
en mis células
ni oscuros navegantes
que inventar nudos de mareas
en su furor de costas.
El puerto sitiado sitia
y la peste del deseo
quiere ver la muerte saciada en el abrazo.
Entonces
practico el hábito del tiempo
en el espacio:
deshojar calendarios en tu piel.
Muy cerca de ti la luz descansa
encuentra un sitio
para detener instantes.
En ti
rumores de otros siglos desembocan.
En tu cabellera huelo alisios
y me aproximo a las profundidades…
Basta, no quiero escribir más.
Temo revelar
el secreto de las cosas.
Siete Mares
Llévate allá la voz con que te llamo –Quevedo A la Dama
La mujer que camina junto al fuego
tiene un vaivén de saya
que recorta el viento.
La cima del tifón
extraña el parpadeo de su abnegada forma.
El camino que recorre esa mujer
es arduo como su decir,
huidizo
como el ojo del venado.
De nada servirá el atributo de conmover cimientos
cuando los silbidos la evadan por doquier
y la cera el tiempo
derrame precipitadamente
sus días como gotas
por esos mascarones de proa
que alguna vez hicieron comprender
el eterno anclaje
de su oficio.
El beso de la sal limpiando tu sonrisa
como fósforo que encendía la marea.
Has penetrado toda tú, bautizada plenamente
en mis dominios.
La sangre que se yergue entre dos bosques
reproduce en un instante
la plenitud de la creación.
El eco ya lejano de tu piel
palpita
como las últimas luces del estero.
Tu cuerpo reposa en mi silencio.
Celebro la desnudez de tu obituario.
La exuberancia presagia el deterioro.
La usura del mar barre castillos.
Tierra después, antes memoria.
Gotas que se irán secando
sobre la piel desértica.
Atrás la infancia del sol
que crecía en tus cabellos y
agachaba la cabeza en el estero.
Lejos
la ruta de los barquilleros
por esas piedras sin nombre
que sostuvieron nuestros cuerpos.
Encargo a los pájaros
el sueño inconcluso de mendigo
y este mortal combate
te lo dejo a ti
como apacible tributo de la arena amarga.
Escogí el oficio de los maldecidos:
esculpir signos
en lugar de contemplarlos.
En los cuadernos de esta ciudad
perseguida por sus pesadillas
constará mi nombre como una referencia más.
Los mejores poemas que te haré
ya se perdieron
en una reunión de amigos.
Los árboles se inclinan para darte sombra.
El mar está hacia arriba
y un áncora lo recorta en dos.
Al caemos, la oscuridad será.
Y llegará la Dama
en traje de color indescifrable
y escogerá parajes que se esconden en tu lengua.
Ángel Emilio Hidalgo;
guayaquileño; 1973 -