Primer premio del Ismael Pérez Pazmiño de 1975
¡Canta piedra tu himno de reposo
en manos del artífice!
¡Canta poema la suave melancolía
del descenso!
¡Canta pájaro la búsqueda de la permanencia
del viento!
Tiempos hubo en los que el canto celebraba
el júbilo del alma.
Tiempos hubo en los que el alma ensalzaba
la pureza del vértigo.
Tiempos hubo en los que el viento enaltecía
la singularidad de la criatura.
Tiempos hubo en los que la criatura se asombraba
de la magnificencia del ser.
Tiempos hubo en los que el ser era una y misma cosa.
Sí, Ulises. El canto es el mismo aunque el eco sea diverso.
El marino lo oye. Lo oye la ola que riza sus cabellos
al compás de las manos que tejen y entretejen nuestros sueños.
Lo oye el caracol que se refugia en su cárcel
y el aprendiz de navegante que salpica sus brazos
con tatuajes de manchadas figuras;
lo oye el pez
de pensamiento inviolable el árbol
que se inclina al borde de la ruta, el polvo del camino
que hacina pisadas de una eternidad vacía.
Lo oyes tú que desconfías de las sirenas y de sus triples dones
allí donde el mediodía pestañea inconsolable
y la tela persigue la obstinación de la mano.
Sí, Ulises: canta ahora lo que el corazón
amordazó de pronto.
Tiempos hubo en los que la lluvia regaba las miradas
descubriéndoles el mundo.
Tiempos hubo en los que el mundo conformábase
con susurrar sus quejas.
Tiempos hubo en los que las quejas salmodiaban
sus cantos disconformes.
¡Canta viento la encontrada pasión
de las almas!
¡Canta luz el desfallecimiento del alba
en las dimensiones del día!
¡Canta espíritu la suave modulación
de las palabras!
¡Canta poema la palabra que engendra el mar
y el espejismo de su sueño!
¡Canta corazón la intemperancia del amor
y las sordideces del alma!
Sí, Proteo: el rostro es doble como
el alma es múltiple. Las manos que avistamos
despidiéndose son las recibidoras
del recién llegado: el gesto es parecido,
la mirada es igual, las palabras idénticas
pero la emoción es torpe. El ave va y regresa
y no hay instante en su acto. Volar, para ella,
es vivir: su ojo permanece y su voracidad
lo mismo. Sí, Proteo: uno y otro rostro
miran hacia atrás y hacia adelante desde
un mismo punto inmóvil. Llegar
es partir y detenerse es continuar
en progresiva duda. Sin ser tú
la forma permanece para cambiarse en hoja:
la huella ya no es ni el pie tampoco
ha sido: los dos son pura excusa de un devenir
perenne que yace desde siempre en el pasado.
Sí, Proteo: mirar es ver dos veces
y desdoblar al mundo en infinitas parcelas
sin descubrir a los dioses ocultos. El acto
es inmutable aunque el gesto sea equívoco
y el alma la orfandad de un presente variable.
Canta tú a la entrañable similitud
de las palabras que dejaron de ser
para fecundar el poema.
Tiempos hubo en los que la sangre regodeaba
las manos del menos feliz de los mortales.
Tiempos hubo en los que las murallas
cedían al grito menos puro.
Tiempos hubo en los que el guerrero
apacentaba los trofeos del sueño.
Tiempos hubo en los que la violencia
era un don que germinaba mieses.
Tiempos hubo en los que el sabio
eludía el laberinto de papiros.
Tiempos hubo en los que el sacerdote
reinaba en la solidez de las pirámides.
Tiempos hubo en los que morir
era vivir dos veces.
¡Canta hormiga el riachuelo
dulce de la miel!
¡Canta abeja el concierto matinal
de la colmena!
¡Canta pescador el recuerdo-meditación
de la palmera!
¡Canta hombre la revelación
de tu sino!
¡Canta poema el desenvolvimiento
y la hartura de la frase!
¡Canta frase la admisión del instante
en la infinidad del goce!
Sí, Orfeo: no escuches. El ruego plañe
los goznes del alma en imprecación ostentosa.
Te llaman. Llaman al corazón que desfallece
de dicha en tan estrecho círculo. Llaman
a los bajeles que marcan la tranquilidad
de las aguas, al ganso que pasea entre el capitolio.
y la rosa, al niño que atisba su mirada
en la pelambre de la noche. Llaman sin cesar
y los gritos enmudecen a otros gritos
que recorren la sangre. Sí, Orfeo: no escuches.
Su voz no es su voz; su llanto es la azulada llama
que constriñe al desierto a desplegar sus velas.
El mar avanza, la roca cesa de gimotear, el sauce
desparrama sus galas en ofuscado abrazo,
el pólipo traduce su insistencia
en burbujas marmóreas. No escuches:
su voz es el canto aprendido en reveses
que nos fueron amargos: el tiempo
ha enturbiado la placidez del espejo
y los dedos persiguen la bendición tardía
Sí, Orfeo: es tu canto y otra voz
y otra boca los que enzarzan los dardos venidos
de la tierra. El viento calla. El mar calla.
Tu descenso es el pretexto menos lúcido
y la aventura más corta. Ir es penetrar
sin comprender las causas. El son te salva
aunque te condene el eco. Canta ahora
a la tersa melancolía del abismo.
Tiempos hubo en los que el mar
era el escrutinio de los pájaros.
Tiempos hubo en los que la fruta
era el meridiano del gusano.
Tiempos hubo en los que el amor era
el trajín de la criatura innoble.
Tiempos hubo en los que cantar
era violar el deseo de los dioses.
Tiempos hubo en los que la mano
hurtaba el huevo en las entrañas.
Tiempos hubo en los que la pasión
era la verosimilitud del alma.
¡Canta arena la pérfida inconsistencia
del deseo!
¡Canta roble la transparencia
de las pasiones indómitas!
¡Canta hormiga la paciente
recompensa del anhelo!
¡Canta espuma el mórbido
deleite de la ola!
¡Canta cuerpo el furor
y alevosía del verano!
Sí, Tiresias: Madame la de un solo ojo
he borrado las huellas. Su gesto es inmutable.
La carta lo descifra para rehacerlo
de nuevo. Mientras tanto la desesperanza
cuece los légamos del sueño en una sola nube.
Madame ha dicho: él miente. Y yo mortal
incrédulo asiento con desgano. Sí, Tiresias:
recomponer el mundo es visión exultante
y tu ceguez es mejor guía que tus ojos. Ver,
para ti, es meditar el instante y tejerlo
en la impudicia de la porfiada araña.
Temo tu voz como antes temimos
la espada que degolló al cordero. La sangre
gime en su tormento. La sangre clama;
yo invoco el azul de las torturas
en las celdas subterráneas. Ambos
desconfiamos de lo que es y que dejará de ser.
Sí, Tiresias: la verdad
es el placer más funesto. Por él ahogamos
el sollozo antes de estremecer la cueva:
la playa es el aposento y la degeneración
del limite. Yo ignoro tu dolor de saber
doblemente y me agito como venal criatura.
Canta tú
a la luz que estremece los rostros.
Tiempos hubo en los que el gusano
lamía la vellosidad de la esfera.
Tiempos hubo en los que el recuerdo
acariciaba el ocaso de la lumbre.
Tiempos hubo en los que las manos
transportaban la milagrería soberbia.
Tiempos hubo en los que el azul
era la nostalgia de los peces.
Tiempos hubo en los que el mediodía
era una fugaz remembranza.
¡Canta agua el festín
de los cuerpos desnudos!
¡Canta hierba la sabiduría
del ciempiés moribundo!
¡Canta tierra la ceniza
de los días sobrevivientes!
¡Canta niño la alegría de la
soledad incompartida!
¡Canta hombre la sórdida
vigilancia de la estirpe!
Sí, Medea: amar es renunciar
a la lujuria de ser. A partir de su golpe
el corazón más templado tambalea porque
la sangre lo niega. La sangre es otro canto:
su soplo es irreversible y la estructura
lo teme. Sí, Medea: el amor roe el vientre
de la piedra y alimenta a la lombriz
de la angustia. El alma gime. Gime la boca
en espera de la sed que no la atormenta. Gime
la soledad desposeída del abrazo conciliador.
Gime el cuerpo desprovisto de su seno secreto.
Sí, Medea: el amor es un goce a pagarse
con moneda de doble valor: quemar
la cabellera y esparcir las cenizas es el menor
de los caminos: la pasión no transige; las manos
añoran la aventura; la boca arroja la palabra
para ventearla en dardo. Antes, vivir era amar
como el animal que pregunta lo que la respuesta
le dicte y el corazón era la menos inmune
de nuestras fuerzas. Hoy, cada acto
engendra un derrotero opuesto. ¡Medea!
Caer es la banalidad de la criatura en pos
de levantarse: el amor es otra cosa:
recuerda los hallazgos de una caricia temprana;
la hondura del silencio; la manumisión
de la sonrisa; la ubicuidad de la mirada;
el peso del vocablo grabado
en las dimensiones del cuerpo.
Sí, Medea: invoca como nos
al desertor del alma.
Tiempos hubo en los que el ojo
traspasaba la tensión del objeto.
Tiempos hubo en los que la mosca
usufructuaba de la miel del vecino.
Tiempos hubo en los que la araña
adormecíase en el baúl del recuerdo.
Tiempos hubo en los que el gusano
refocilábase en el altar humeante.
Tiempos hubo en los que la viña
abríase al cazador furtivo.
Tiempos hubo en los que la rosa
era la medianez del inocente.
Tiempos hubo en los que el viento
rozaba la insuficiencia del poema.
¡Canta palmera la añorada
somnolencia de la nieve!
¡Canta océano la salubre
opacidad de los ojos!
¡Canta jilguero la maraña
de la cabellera virgen!
¡Canta velamen el olvido
del corazón en ruinas!
¡Canta mujer el deseo
eximido de proezas!
Sí. El día bulle. De la tierra brota
el sortilegio y la templanza ajenos
a mi cuerpo. El viento arremete con
la historia y el árbol se contempla deslumbrado.
El día es el mismo y sin embargo es otro. Cierro
un ojo y la verdad se escapa a horcajadas
del instante. La nube está presente.
El abejorro del agua balbucea sus frases
de silencio. Miro rehacerse a la hoja
y me pregunto: ¿fue siempre así?
¿el caballo de la vida sólo ha tenido
esta montura? El alma importa. El corazón
no duerme porque el sueño es la realidad
más temida. No intento más. El límite
me exige transparentar las dudas
y reflejarme desnudo.
Al costado de la mano que hiere
y del instante que pasa, desfallezco.
Pero soy en este punto que es
un detenerse y un seguir adelante.
Y sigo.
¡Canta poema el breve
encuentro de las aguas!
¡Canta poema la fugacidad
del instante infinito!
¡Canta poema la alegría
tumultuosa de la sangre!
¡Canta poema la maltrecha
armonía de la palabra!
¡Canta poema la palabra
y su porfía estremecedora!
Manuel Esteban Mejía
guayaquileño; 1940 - 2016