Tus rasgados ojos negros

Se me han clavado en los ojos
tus rasgados ojos negros;
aunque dejé de mirarte,
mis ojos siguieron viendo,
en la luz de las tinieblas
tus rasgados ojos negros. 

Como grabados en bronce,
en granito o en acero,
se han grabado en mis retinas
tus rasgados ojos negros.
y aunque lavaron mis ojos
saliva de nuevos besos,
aún siguieron marcados
tus rasgados ojos negros. 

¡Oh, qué ciego y desbocado
corrió el amor por mi pecho!
¡Cuántos sueños desechados
en mis noches de silencio!
¡Cuánta savia y cuánta vida
cosechaste de mi huerto!
¡Cuánto leño no te dí,
abrasándolo tu fuego!
¡Cuánto dolor y amargura,
lucha, espera, pena y miedo,
ha soportado por ti
este corazón deshecho! 

Ni el filo de tus mentiras,
ni aquellas caras que fueron
siete dardos, siente sombras,
siete nubes que escondieron
al sol de mi primavera,
ni mis lunas de desvelos
que aceraron el taladro
que va rasgando mi pecho,
lograron ponerle surcos
a este torrente de fuego. 

Mas, cuando ayer me enteré
que tú volvías al pueblo,
con mi pasión desbocada
corrí por darte el encuentro
¡y me volteaste la cara
y me negaste tu beso! 

Hoy has venido a buscarme
con un rosario de ruegos
a suplicarme perdón
y a recoger tu desprecio. 

Mas quiero que tú lo sepas
y se graba muy dentro,
que si siguen en mis ojos
tus rasgados ojos negros,
las ideas han cambiado
para siempre en mi cerebro. 

Como un monarca que reina
de extremo a extremo de su reino,
reina mi buena razón
en todos mis sentimientos. 

El orgullo es mi corona,
y mi voluntad el cetro,
son cien vasallos armados
de ti mis malos recuerdos
que protegen los umbrales
que dan cabida a mi reino. 

Y aunque con todas tus lágrimas
fecundaras los desiertos,
y nacieran flores nuevas
que den perfume a tu huerto;
aunque mueras y el Eterno
queme el germen de tus males
y te dé vida de nuevo
y tu alma santificada
y cada palmo de cuerpo
se yergan y se hagan voz
para gritarme «¡te quiero!»,
cerrados siempre estarán
los umbrales de mi reino. 

El orgullo es mi corona,
y mi voluntad el cetro.
Y si un día los abriera,
y tú pasaras adentro,
y me ofrecieras en flor
el romero de tu cuerpo,
y tu alma purificada
por el mismo Padre Eterno,
sólo serías la esclava
de mi burla y mi desprecio.
Mas… no claves en mis ojos
tus rasgados ojos negros.
¡No quiero echar la corona!
¡No quiero romper el cetro ,
y a las plantas de mi esclava
postrarme de amor sediento!
¡No los claves en mis ojos
tus rasgados ojos negros! 

Henry Kronfle
guayaquileño; 1932-2010