XII - A mi padre

Si antes tuve cómo descifrarla,
Esta sola muerte me dejó sin adjetivos

La muerte pierde los adjetivos
de tanto dolor;
y no es verbo ante la inmensidad.

Él no se muere, se traslada;
otros morimos y nos quedamos
caminando en la ciudad
con arena en las uñas de los pies.

Mis ojos escurridizos golpean al sol.

No me sostengo, no me sostienen,
nadie me salva, nadie grita
¿y si lo intento?… Se cubre la vergüenza de la caída.
Sonrisas torpes.

Nadie corre, nadie tropieza, nadie toca.

Camino a la desintegración,
camino al futuro, a nunca y siempre, es igual.

Lo persigo pálido y destruido
en un laberinto por el barrio;
se adelanta, me atraso, espera. –Él espera; él. Él siempre espera–

Con el rostro verdoso entra a la madriguera,
ahí están las madres, las ollas brillantes
y la oscuridad fría desde la cocina limpia.
Qué bello es vivir, el dolor me fortalece.
¡No!

Camino al futuro, camino al barrio
y desaparezco en el laberinto
me agrieto en sus paredes grises.
No me veas. Soy un soplo. Soy silencio.

Renata Artieda Centurión
guayaquileña