Donde estén…

¿Ya se hicieron uno con el recuerdo?
hasta sus recuerdos pretenden enterrarlos,
díganme si me escuchan,
díganme que se encuentran en algún lado.

Respondan cuando ustedes quieran,
al fin y al cabo los seguimos esperando,
mientras, buscaremos sus huellas en mis dedos;
mientras, imagino tenerlos por un rato.

¿A qué saben los abrazos que no pudieron abrazar?
¿de qué color son las sonrisas que no pudieron dar?
en vez de eso los casaron con la ausencia,
los hicieron elegía perfumada con nostalgia
en procesión lamentada de los mil supuestos,
en la esperanza convaleciente de su encrucijada.

Que las mentiras no corroan sus cuerpos,
que la barbarie no cale en su fugaz mirada,
que sus carniceros encuentren algún castigo,
¡castigo, en sus rostros de blanco y negro!
que la cobardía no perdure jamás hasta mañana.

Los susurran como el más contado de los sigilos,
y preguntan dónde quedaron plantados sus sueños;
¿dónde más van a estar?
¡si recorren cada calle del país entero!
en las muertes que evitaron al ser desaparecidos,
en otras risas que evitaron su destierro.

Su historia sigue siendo la inconclusa;
resulta que los chacales son los inocentes;
resulta que ustedes jamás vivieron;
que todo fue un juego de nuestras mentes.

Santiago, ya todo pasó,
ya no llora más tu hermano,
Andrés, tranquilo,
que estamos buscando tus pasos.

Ustedes: los hijos de los que no olvidamos,
la lágrima provocada por el tirano,
una verdad que no quiere ser parida,
las dos únicas golondrinas que hicieron un verano.

Aún inquirimos su última alba,
cuadro de acuarelas de engaño,
cárcel de la vida de su familia,
allá está mi alma y mi corazón…
con ustedes,
quizás en Yambo.

Si es que están,
donde estén,
como estén,
dicen que lograron desaparecerlos,
sin embargo yo todavía los respiro;
dicen que lograron esfumarlos,
sin embargo yo todavía los miro.

¿Aún están?
¡pero por supuesto que están!
indelebles, impolutos, intocables,
tatuados en la retina del alma,
ceñidos a la esfera de lo impostergable.

Si es que están,
donde estén,
como estén,
al consagrado Tártaro iremos si es preciso
a arrancarlos de las agrestes manos que los tuvieron,
a acariciar cada uno de sus pequeños rizos;
ya duerman niños míos,
ya duerman al son de nuestros latidos.

César Poveda
guayaquileño; 1987-