A una rosa

Sol purpúreo de este prado
que en los rayos de tus hojas
si das envidias al sol
ofreces lustre a la aurora.

Los jilgueros de este valle
festejan tu hermosa pompa,
y admirando tu beldad
por dulce objeto te rondan.

Todos tu carmín nevado
labios de coral los nombran,
y el rocío que te esmalta,
dientes que guarda tu boca.

Uno entre otros lisonjero,
o se atreve o te toca,
queriendo beber el ámbar,
y el rocío de tus hojas.

Si fiado (ignoro) en sus alas,
o en favores que le otorgas,
por descanso de su vuelo
escoge tu airosa copa.

¡Oh qué requiebros te dice!
y aun con ellos enamora
una azucena, que al lado
te acompañaba gustosa.

No sé si a su dulce acento
fuiste insensible o sorda,
o a sus importunos silbos,
como a los vientos la roca.

Mas no, ingrata, bien oíste;
(¡oh cuántos celos me ahogan!)
pues espinas que te guardan
no te esquivaron honrosas.

¡Oh qué escarmientos me enseña
esa tu inconstancia loca!
no pienso prendar el alma
de otra flor ni de otra rosa.

Qué mal se guarda la belleza
en el campo se ostenta hermosa;
que como muchos la miran
su beldad alguno logra.

Ya la cítara que un tiempo
te celebraba gustosa,
como está triste su dueño
gime también ella ronca.

Mas ya la pienso quebrar
de mi firmeza en la roca;
y pues ya no pienso amar,
tampoco cantar me importa.

Jacinto de Evia
guayaquileño; 1620-?