Plegaria

Tu siglo se muere de un mal imprevisto.
¡Tu siglo está loco, Señor Jesucristo!
Ya no hay alma, verso, ni luz ni oración.
Y por eso elevo mi plegaria santa
que desconsolada llegará a tu planta
desde el incensario de mi corazón

Bien sé que el arquero dispara su flecha,
que Ariel se ha dormido, Celibán acecha,
los cisnes se mueren, se agosta el rosal…
¡Pero tú lo puedes, Rabí nazareno!
(Lo puedes por grande, por dulce, por bueno).
¡Ruega por el santo país del Ideal!

Ruega por la estirpe de Apolo celeste,
por la lira santa y el carrizo agreste.
Ruega por el verso, que es eternidad!
Por los que trajeron un don de armonía
y brotan con oros de su fantasía
los harapos de la realidad.

Ruega por el alma, Señor, a quien diste
la gracia inefable de sentirte triste
ante una mirada, un beso, una flor…
Y por los vedados de toda fortuna
que en el imposible telar de la luna
hilvanan su santa quimera de amor.

Ruega por los pobres… Angustia secreta
de Arlequín que vende su falsa pirueta
a costa de un duro migajo de pan…
Ruega por los tristes… Almas milagrosas
que viven su vida pagando con rosas
toda la amargura que los hombres dan.

Ruega por la virgen que traduce en vano
su vida en un libro, su amor en un piano
y hace confidencias a la soledad;
mientras los anhelos, en su desvarío,
tiemblan como leves gotas de rocío
sobre la magnolia de su castidad.

Ruega por el santo que aprendió tu ciencia
y lleva un miraje de clarividencia
para abrir senderos de meditación.
Ruega por la gracia de la fe que guía
y deja un secreto de sabiduría
poniendo dos alas en el corazón.

Ruega con el sabio de miradas frías
que agudiza flechas por cazar teorías
en los laberintos de un mundo irreal;
mientras que, a su esfuerzo, la verdad más pura
se queda en el polo de la conjetura
como una imposible Groenlandia ideal.

Ruega por la novia que pudo ser buena,
hermanita dulce para toda pena,
sedante armonioso de toda inquietud;
pero que olvidamos en farsa truhanesca
sin probar el cáliz de su boca fresca
ni el áureo tesoro de su juventud

Y hoy que la locura de un mal imprevisto
consume tu siglo, señor Jesucristo,
y ya nadie quiere decir su oración,
yo elevo en silencio mi plegaria santa
que desconsolada llegara a tu planta
desde el incensario de mi corazón…

José María Egas
mantense; 1896-1982