A ti Guayaquil
te canto,
como a flor del alma,
porque tienes la hermosura
que tiene el alba,
más la fragancia azul
de las montañas.
A ti te canto por chola,
por mestiza y por mulata,
y pos esa estrella mala
de ser subdesarrollada.
A ti te canta mi voz,
por esa indiada que corre
por tu vena americana.
Y porque españoles tuertos
te echaron agua,
y te impusieron la cruz
que llevas marcada.
Desde el entonces aquel,
no has podido escabullirte
de sus garras.
Digámoslo claramente:
desde que ellos vinieron,
nunca fuiste libre,
siempre has sido esclava.
Mi dolida voz,
aunque lo sabes te canta,
desde el malecón adentro,
de Puerto Nuevo a Santana.
Todos los hijos de Juan,
tienen rabia,
tú, por alcanzar a Dios,
as cortado muchas alas,
te vas empinando al cielo
mientras
el fango te llama.
Y Juan, quien te dio la gracia,
muere mil veces,
y mil veces se levanta,
mientras tú sigues subiendo,
vistiendo de altura tu arrogancia.
Y te abajo Juan te mira,
coquetear con las aves de rapiña
y con las águilas:
a ti,
Guayaquil de tiempo,
de época,
de historia y circunstancias,
a ti,
que haces polvareda
con mucha gracia,
a ti,
ni buena
ni mala,
a ti,
que tienes sangre roja,
roja sangre agazapada,
que en laberinto corre,
desde el malecón adentro,
de Puerto Nuevo a Santana.
Washington Caicedo Q.