Estampa de Guayaquil [fragmento]

¡Guayaquil, Guayaquil, Pórtico de Oro,
que a la diestra del Guayas de levantas!
Tienes el alma del cristal sonoro,
con que vibras en todas las gargantas.

Guayaquil, Guayaquil, cómo penetras
en el subsuelo de tu Historia ilustre,
con las raíces de tus nueve letras,
como las garras del manglar lacustre!

Cómo te alzas gallarda entre las nubes,
conquistando el azul del firmamento,
dominio de tu mente, cuando subes
como flecha, en fulgor de pensamiento…

Cómo surges y cómo de agigantas,
por la luz y el fulgor de lo que creas,
sobre la arena de oro de tus plantas,
bajo el arco triunfal de tus ideas.

Ciudad egregia, pórtico dorado,
hogar de auroras y de atardeceres,
donde se queda el sol enamorado
en los ojos de todas tus mujeres.

Ciudad entre dos aguas inmortales,
ciudad original, como ninguna:
sueña el oro del sol en tus portales
y, en la noche, la plata de tu luna…

Ciudad del río grande y del estero,
donde el sol, es un sol domiciliado
que amanece riendo en el primero
y se duerme jugando en el Salado.

Y, las dos aguas, donde –así– te mojas,
marcos de vidrio que el vaivén estira,
se dijera que son dos cuerdas flojas,
cuerdas de plata de una inmensa lira.

Ciudad cosmopolita, hogar fecundo,
entre dos aguas, marcos de tu casa;
el Guayas, eres tú, dándote al mundo;
y el mundo, es el Salado que te abraza.

Ciudad colmena, de rumor ufano,
rumor que el viento musical expira…:
¡cómo quisiera yo poner mi mano
sobre las cuerdas de tu inmensa lira…!

Ciudad querida de mis dulces horas,
no detengas el ritmo de tu paso,
los pueblos, como tú tiene auroras:
la vanguardia no sabe del ocaso.

Pablo Hanníbal Vela Égüez,
guayaquileño; 1891-1968