Francisco Pérez Febres-Cordero

I

Eres, Francisco, tal espuma de ola
que bate los silencios de la arena.
Sutil como ella, brillas en tu pena
encrespado en tu mar desnuda y sola.

Eres corriente. Tu dolor te inmola.
No hay afrodita, Náyade o Sirena
que cruce los estíos de tu pena.
Te entregas y sustraes, espuma de ola.

El sol besa la albura de tu espuma
en el revuelto torbellino de ola
que golpea tu pena abierta al viento.

Y eres, Francisco, entre la densa bruma,
rastro de espuma, diluida, sola,
en el íntimo mar de tu lamento.

II

El mar reclama con clamor furiente
tu dulce vida que se va de prisa
porque de espuma eres, y la brisa
te remonta a la mar de otra corriente.

Eres, Francisco, en vértigo naciente,
sobre la playa que te fue sumisa.
Y es tu espuma tal leve e imprecisa,
que etérea se nos torna, de repente.

Espuma de oro y nácar que traduce
beso de sal, caricia marinera.
Espuma de alabastro en el Oriente.

Fuerza del agua milenaria luce
–corona brillante a la ribera–
tu espuma desmayada en Occidente.

III

Tu espuma es llanto, duelo, grito, envío.
El corazón del mar hecho pedazos.
La arena languidece entre tus brazos
devolviéndote duele, grito, envío.

En ellos va mi verso dolorío
–en los sonetos de sencillos trazos–.
Son los lazos, Francisco, son los lazos
de tu verso y mi verso en desvarío.

Desvarío del mundo y su desvelo
que todo trueca en extensión de ruinas.
Se encabrita la mar fuerte y loca.

Y vas, Francisco, con tu tenue velo
de espuma de olas claras y salinas
a reventar de amor, contra la roca.

Quito, 6 de diciembre de 1968

María Eugenia Puig; 1919-2001
guayaquileña