Romance satiríco

«Por qué te acuerdas de mí,
doctor graduado en maldad,
afrenta de los perversos,
tan malo como incapaz?
¿Por qué interrumpes mi sueño,
alivio del triste afán
que mi existencia aniquila
viendo a la Patria espirar,
viendo a la gárrula turba
de patriotas de desván,
de liberales que fueron
el apoyo principal
del que llaman hoy tirano
y antes llamaron deidad,
cuando en torpe adoración
le pedían destino y pan?
¿Qué quieres de mi, maldito?
Habla y vete, o soy capaz
de enterrarme en los infiernos
por no sufrirte jamás.
Dices que buscas empleo,
Y la razón que me das
Es que un hombre distinguido
se degrada en trabajar.
Un oficio es cosa vil,
propia de gente vulgar;
pues para ti la nobleza
consiste en la ociosidad.
Dices que nadie ha servido
como tú a la libertad;
que la Patria te es deudora
de su triunfo; y que, en verdad,
si tú lo hubieras querido,
reinara el déspota en paz;
pues revolución sin ti
eso sí que es delirar.
Dices también tienes hijos,
con mujer y sin caudal,
que es lo mismo que tener
en la cruz a Satanás;
y en fin demandas empleo
por ser hombre liberal,
por ser muy pobre y con hijos,
con mujer y sin caudal.
Así te explicas, Doctor,
con muy poca cortedad;
bien es que siendo abogado
la vergüenza es por demás.
Así se explica la chusma
de patriotas de desván
que en el riesgo, cual lechuza,
buscaba la oscuridad;
y ahora infesta con su aliento
la atmósfera ecuatorial,
y vuela en torno solícita
del cuervo del arrayán.[3]
Si mi consejo te place,
toma oficio sin tardar;
que el trabajo no deshonra,
deshonra la ociosidad.
No finjas mérito, no,
que ninguno te creerá;
porque es moda muy antigua
mentir por alucinar.
Tampoco alegues pobreza;
pues siendo mérito real,
¿quién en Quito no tendría
tal mérito que alegar?
Ni digas que eres casado;
que la mujer en verdad,
Si no es bella, no es moneda
con que se puede comprar.
Mis Consejos no te agradan,
conozco que airado estás;
pues bien, te daré un remedio
para que cures tu mal.
Si quieres a todo trance
en política medrar,
procura ser diputado
y es muy fácil lo demás.
Has de tener dos conciencias,
dos caras que remudar
dos opiniones, dos lenguas,
y voluntades un par.
Tendrás el pico de loro,
las uñas de gavilán,
la artimaña de la zorra,
del lobo el hambre voraz.
[...]
Y yo te juro, Doctor,
que muy pronto logra
tener destino y dinero
que es el norte de tu afán.
Ya te he presentado el rumbo,
te toca A ti navegar:
sigue el viaje viento en popa
Y nunca vuelvas acá».
Así dije el otro día
al Doctor Don Bonifaz,
mendigo que anda pidiendo
un empleo de caridad.

Mayo de 1846