Sátira

Fragmentos

No más callar; quien calla y no se indigna
de tanta corrupción y alevosia,
En el triunfo del vicio se reasigna.

¡Debil humanidad, quien te comprende
cuando el honor y la virtud olvidas,
Y llama impura en tus entrañas prende!

Grandes pasiones en el alma anidas;
sofocadas, tu espiritú es inerte;
y de infamia te cubren corrompidas.

¿Qué eres tú sin honor? Vileza y muerte.
¿Qué eres tú sin virtud? Árbol del crimen
que sangre en torno de su tronco vierte.

¡Alerta, pueblo! Los virtuosos gimen
Sin poder ampararte en su retiro;
los malvados, los pérfidos te oprimen.

El hado adverso niégate respiro,
y de abismo en abismo te sepulta,
de ladrones… silencio… yo delirio.

Incauta Musa, la verdad insulta;
si no sabes mentir al poderoso,
cállate, o cárcel sufrirás, y multa.

Deja al ladrón robar; al insidioso
déjale urdir risueño sus traiciones,
y asesinar con ósculo amistoso.

Deja que el pobre arrastre sus prisiones
por desvalido, en tanto que el delito
carga ufano divisas y galones.[1]

[…]

Déjalo, sí, cargados del desprecio
y del odio del público indignado,
que los maldice y los castiga recio.

¡Prudencia, Musa!, ¿acaso a ti se ha dado
el orden todo trastornar del mundo
y transformar los seres a tu agrado?

¿Harás tu aborrecer al cuervo inmundo
el corrompido fétido alimento;
o domeñar al púmac iracundo?

¿Quién logrará que en la región del viento
se remonte veloz el elefante,
del cóndor imitando el ardimiento?

¿Ni quien hará que Rábula ignorante
Licurgo sea, o Payo el trapacero
en Catón se convierta en adelante?

Cállate, pues; que tu sermon severo,
sin corregir el vicio, te prepara
turbión de males que evitarte quiero.

Y si el diablo te mueve a alzar la vara,
huye, maldita, al Pindo o al Parnaso,
Y allá sin riesgo la verdad declara.

No te puedo ofrecer el buen Pegaso,
para que el viaje sin tardanza emprendas,
por ser muy viejo y flaco y de mal paso;

Pero mulos tendrás, con tal que aprendas
la brida a manejar y el acicate,
y abandones políticas contiendas.

Vete a la Convención en donde abate
soberbio el vicio a la virtud vencida;
donde el error a la razón combate;

Do la ignorancia triunfa envanecida
sobre el pequeño número que en vano
cubre a la Patria con su rota égida.[2]

Mira a la diestra, a la siniestra mano,
mulos de toda edad, de toda raza,
cual magro, cual rollizo y cual enano.

[…]

No sigue al ciervo tan ligero el galgo,
como éstos siguen al que diestro ofrece
por medio de una renta hacerlos algo.

Diles que Apolo mulos apetece,
del Pegaso cansado y de carruaje;
y que pródigo a todos enriquece.

Acaso, Musa, tu veraz lenguaje
mentido y falso supondrán, temiendo
pobreza hallar al término del viaje;

Tal vez rehúsen alquilarse, viendo
que Apolo no reparte canonjías
Y paga con laurel si está debiendo.

Bien, no importa que sigan sue manías,
que cerca está Pollino enalbardado.
Tómalo, y monta luego, y no te rías.

Parte, parte, que ya oigo amedrentado
tronar la Convención, como si fuese
de suegras y de yernos altercado.

¡Oh si mi patria abandonar pudiese;
y, en apartado clima, oscuro asilo
do vivir ignorado se me diese!

¡Donde de acero fratricida el filo
no amenazase cruel mi edad lozana,
donde latiese el corazón tranquilo

Y no esperase con pavor mañana!
Allá no oyera la fatal tormenta,
rugiendo sorda y preparando insana

terrible asolación, ruina violenta
a mi suelo infeliz, salido apenas
de los horrores de la lid sangrienta.

Allá mis horas volarían serenas
en dulce paz, en plácido retiro;
y allá libre de bárbaras cadenas,
contento diera mi postrer suspiro,

Quito, marzo de 1846