A un cráneo

Tiempos há que tu lámpara encendida
esparció en tu cerebro agonizante
los fulgores postreros de tu vida:
tiempos hace también que está extinguida
y te dejó la muerte su semblante.

Tú, cráneo, entonces de vigor repleto,
hoy memoria no más de tu escombros,
me pareces tan pálido y escueto
que me figuro ver el esqueleto
que allá en la fosa te llevó en sus hombros.

Tus órbitas sin luz no dicen nada,
nada tus yertos maxilares juntos;
pero hay en ti una muda carcajada,
que es risa eternal de los difuntos
de ver la humanidad tan desgraciada.

Só sé si de la vida en el torrente
llegaste hasta sus hondos precipicios;
no sé si las arrugas de tu frente
fueron rastros del tiempo o simplemente
las huellas prematuras de tus vicios;

tan sólo sé que no tuviste losa
que marcara los años de tu vida,
que no tuviste un padre o una esposa
que vertiera a los bordes de tu fosa
las lágrimas de aquella despedida.

Nada hay en ti, sino la sombra fría;
tu aspecto sepulcral es un momento,
huella no más de los que fuiste un día.
En esa obscura cavidad vacía
sólo existen los hálitos del viento…

¡Mas no!, que no es la sombra ni es el viento
los que acompañan de tu suerte el frío;
pues donde fulguraba el pensamiento
miro algo que en constante movimiento
trabaja en el rincón de tu vacío;

pues por afinidad desconocida,
emblema de la industria de tus horas,
recuerdo de lo frágil de tu vida,
una araña en tu cráneo está escondida
y extiende sus hamacas tembladoras…

Anónimo