Hoy fui a decirle adiós a Héctor Morales,
buen amigo desde hace muchos años
que de pronto partió hacia el infinito.
Quería despedirme recordando
nuestros encuentros cuando siempre había
una cordial sonrisa entre sus labios
alumbrando el momento
y tendía su mano
mostrando en ella el corazón abierto.
Quise decir una oración, callado...
pero la gente en derredor hablaba
de mil trivialidades, profanando
el dolor desgarrado de la viuda,
y de los familiares más cercanos.
El murmullo crecía, irreverente...
¿Se atreven a llamarse, éstos, cristianos?
¿Se atreven a decirse amigos de Héctor?
Indignado
salí a buscar algún lugar tranquilo
para decirle mi oración, callado.
I juré no volver a un funeral
donde tantos
se burlan de la pena,
la amistad y la muerte, con descaro.
16 de diciembre de 1980
Francisco E. Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934-2010