Yo soy más contradictorio que el océano infatigable
que ya besa mansamente una playa interminable
o se rompe entre bramidos contra un rígido peñón;
si hoy contemplo algún paisaje y sonrío alegremente
al mirarlo ya mañana quizá llore tristemente;
y no es culpa del paisaje sino de mi corazón.
Tengo absurdas pretensiones de ser bueno y comprensivo;
hay eufóricos instantes cuando sueño que estoy vivo;
y estoy muerto; y se empecina en seguirme siempre el mal.
Me dirijo por las leyes que me dicta la conciencia
y si hoy ciño mis acciones a las leyes en vigencia,
las podré romper mañana para ser conmigo leal.
Yo no vivo circunscrito por preceptos conventuales
ni me importan los prejuicios ni los límites sociales;
de mis propias opiniones siempre soy el forjador.
Soy mi juez: y me declaro o culpable o inocente
sin pensar en la sentencia de algún caso procedente
porque siempre hay circunstancias que transforman su valor.
No: no he sido siempre el mismo, es preciso que lo admita.
En los círculos sociales la verdad se la limita
y a la vil hipocresía se la pone en un altar.
Se hacen venias al más vacuo, ceremonias al más necio;
siempre tienen las virtudes conveniente y bajo precio;
y el que entre esto nace y crece lo asimila sin tratar.
Pero allá surge una chispa de desprecio y rebeldía
inspirada en el ejemplo de paterna luz y guía
y se impugna el medio ambiente, se lo acosa sin ceder.
Y se forja una conciencia que es rebelde a componendas,
que se lanza por costumbre del honor a las contiendas
sin pensar en las traiciones que la harán retroceder.
En el triunfo y la derrota una copa siempre brindo;
aunque absurda la existencia, todavía no me rindo;
aunque inútil el desvelo, me empecino en ser tenaz;
amo el alba y el ocaso, la alegría y los dolores,
el amor, la misma muerte, las espinas y las flores;
y aunque en guerra contra todo siempre estoy conmigo
en paz.
1967
Francisco Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010