Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea;
el mismo Dios se recrea
es tan graciosa belleza.
A ti, Celestial Princesa,
Virgen sagrada María,
yo te ofrezco en este día
alma, vida y corazón;
mírame con compasión;
no me dejes, Madre mía;
en mi última agonía
sé mi amparo y protección.
¡Oh, Virgen sagrada y pura,
Hija del Eterno Padre
y al mismo tiempo de Él Madre,
no es mi pecho piedra dura;
para no amar tu dulzura;
turbado ante tu belleza
trémulo el labio te reza
y para gracias pedirte
tan sólo acierta a decirte
¡bendita sea tu pureza!
Madre, en ti todo el que gime
encuentra amable acogida;
si te loa el alma, rendida
porque el pecado la oprime,
su angustia tu amor suprime.
Cantarte mi alma desea;
y aunque el labio balbucea
dice luego con presteza:
¡Sean bendita tu grandeza,
y eternamente lo sea!
Tu mirada bondadosa
es el imán de toda alma
que en busca de cierta calma
acude a ti, presurosa.
Y viene a ti más ansiosa
la cristiandad, a la idea
de que quien tanto desea
su salvación, es la santa
en cuya belleza tanta
el mismo Dios se recrea!
¿Quién no te encuentra admirable?
¿Quién tus encantos ignora?
¿Quién no proclama a toda hora
que eres incomparable?
Es una cosa palpable
que a discutir nadie empieza:
¡ni del cielo en la grandeza
ni en el de lágrimas valle
hay alguien que encanto no halle
en tan graciosa belleza!
Las flores con su hermosura
y su cáliz oloroso;
las aves con su gracioso
canto, lleno de dulzura;
las estrellas con su pura
luz, que la noche adereza;
¡todo en la naturaleza
rinde honores de mil modos,
y lo hará los siglos todos,
a ti, Celestial Princesa!
Consciente de que preciso
una ayuda poderosa
para en la ruta fragosa
que lleva hacia el Paraíso
no demostrarme indeciso
si tentaciones envía
Satán, con su gran porfía,
a ti del todo me entrego
y que me ampares te ruego,
¡Virgen Sagrada María!
Todos los claros anhelos
que en mi pecho hallen cabida;
todo lo que haga en mi vida
trocar en dicha mis duelos;
todos los líricos vuelos
que emprenda mi fantasía;
¡todo, todo, Madre mía,
lo no mucho que poseo,
todo lo que amo y deseo
yo te ofrezco en este día!
Menos ofrece quien tiene
poco de sí que ofrecer;
pero mucho da aquel ser
que si poco en sí mantiene,
todo da y nada retiene;
y con toda devoción,
¡oh Fuente de Salvación!,
de rodillas permanezco
mientras por siempre te ofrezco
alma, vida y corazón!
Si las muchas tentaciones
de que el mundo está sembrado
me hacen caer en pecado
en algunas ocasiones,
no por eso me abandones;
mientras yo busco perdón
en la Sana Confesión,
en tanto, Madre del Verbo,
calma mi dolor acerbo,
¡mírame con compasión!
Y si alguna vez, ingrato,
me descuido en un momento
y tu imagen de mí ausento
y desatiendo, insensato,
tu llamado dulce y grato,
no con rigor, ¡oh María!,
me contemples ese día,
que cual nunca indispensable
me será tu ayuda amable:
¡no me dejes, Madre mía!
Y sobre todo, al momento
cuando Dios quiera llamarme
para la sentencia arme
de eterna gloria y contento
o interminable tormento,
llégate a mi lado, pía;
¡precisará el alma mía
más tu ayuda en semejante
supremo y último instante,
en mi última agonía!
Y mientras tanto, Señora,
Reina del Cielo bendita,
Fuente de Gracia infinita,
de la Fe Sustentadora,
tu mirada protectora
me siga en toda ocasión;
y en esta pobre oración,
¡oh, de Dios rico Tesoro!,
fervientemente te imploro;
¡sé mi amparo y protección!
Milford, enero de 1954
Francisco Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010
guayaquileño; 1934 - 2010