A mis fraternos
He de morirme en una de estas noches,
haciéndome de cuenta que me duermo
lenta y tranquilamente,
sin vacilar y sentir despecho.
Decidido por fin a despedirme;
consciente de que aquí no encuentro puesto
para este modo así de ser, tan mío,
lleno de tan extraños vericuetos...
De tratar de que todos fraternicen,
de apasionarme tanto por mis sueños,
de ser tan ordenado,
susceptible e ingenuo...
¡Ah, la vida, la vida! Tan abstracta,
tan imposible de aguantar para esos
pobres locos ingenuos impotentes
ante el dolor más leve y más pequeño,
que trajimos metida
una lira dorada aquí en el pecho
y un empeño romántico
de creer que todo lo resuelve un verso...
¿Quién, y por qué, no puedo
en tal predicamento
sin darnos las defensas, las antídotos;
sin reforzar con muros de concreto
corazón
o cerebro?
¿Por qué, si no tuvimos voz ni voto
cuando fue decidido nuestro ingreso;
si las absurdas reglas
de este sangriento juego
jamás nos explicaron,
no podemos salir cuando queremos?
Se nos lanza a la vida y se nos dice
,,sed amables y buenos...''
Y en los cuatro confines
retumba de la guerra el hondo trueno
y se abusa de débil y del pobre
y se ensalza al más cínico y abyecto.
La muerte de Abraham Lincoln se reedita;
Alcibíades triunfa, más soberbio;
grita Judas ¡traición!; Bruto, ¡sed leales!
Y Mesalina es de virtud ejemplo.
A veces nos alcanzamos, combativos.
Yo he querido luchar por lo que creo.
He estado en guerra contra la injusticia,
la envidia, lo inmoral, lo deshonesto...
Y mientras más peleo, más resurgen.
Y más me va creciendo este despecho
al mirar tan lejana
la sonrisa del éxito.
He dicho que no importa la batalla
sino luchar con fe, sin desaliento...
Pero entonces mi frente se doblega,
caen flácidos los brazos hacia el suelo
porque la humanidad sigue como antes,
odiando, asesinando, destruyendo,
desde el círculo estrecho del amigo
hasta el amplio, sin fin, del universo.
Y al verme así, impotente;
y como ya no puedo
en lobo convertirme,
es que me viene esta ansia, este seso
infinito, tenaz, obsesionante
de abandonar todo esto
porque es tan paradójico y absurdo
que más parece un juego
sin principio y sin fin, juego macabro
en el que nos movemos
cual torpes marionetas.
Y al levantar los ojos hacia el cielo,
de negros nubarrones
lo contemplamos lleno...
He de morirme en una de estas noches.
Cuando la fe me deje por completo.
Septiembre de 1967
Francisco Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010