que el embate continuo de las olas rugientes
soporta noche y día con su pecho erizado
e incansable las rompe en gotas relucientes.
El latigazo líquido jamás lo ha doblegado;
hasta las tempestades se rompen impotentes
ante sus muros pétreos y, después que han pasado,
parecen más altivas las rocas impotentes.
Con su entereza firme resistir yo quisiera
los golpes incansables de esta vida, que es una
tempestad donde el trueno sin descanso retumba,
resistir la batalla por lograr la quimera
tras que corremos todos sin esperanza alguna
si se logra es sólo al umbral de la tumba.
Miami, 1957
Francisco Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010