No cabe duda: Dios está dormido.
Mi grito de socorro no ha escuchado
y tengo mi gemido congelado
entre el alma y la voz, enmudecido.
Un frío cual de muerte me ha invadido
y lo llevo en el cuerpo atravesado
desde el norte del cráneo obsesionado
hasta el sur de mi andar casi perdido.
Por la lira que traje aquí en el pecho
el precio de mi dicha voy pagando
--¿vale tanto, en verdad, ese derecho?--
Pero al seguir la deuda cancelado
pienso que Dios de intento está en su lecho,
por permitir que muera yo cantando.
Francisco Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010