y señora Rosa Herlinda Pérez de Descalzi
I
Yo soy el prematuramente viejo
cantante del dolor y la amargura;
y como el canto alivia mi tortura
en el papel mis aflicciones dejo.
(El papel sí soporta mi complejo
que nadie entiende ni le ofrece cura;
unos lo llaman pose, otros locura
y quien menos, quien más, me ve perplejo.)
Pero no canto yo porque critiquen,
comenten ni disequen mis cantares
o sin saber de qué hablan los expliquen:
sino porque al cantar mis avatares
los comprendo mejor y hago que indiquen
nuevas rutas de luz a mis andares.
II
Sin embargo, esas rutas me conducen
a nuevas simas de dolor artero
y estoy continuamente prisionero
del profundo letargo que producen.
Por eso mis acciones se traducen
en algo diferente a lo que quiero.
Y en esta absurda paradoja muero
todos los días, aunque al mundo lucen
vivos los gestos de mis torpes manos,
el clamor de mis labios, incoherente,
mis ojos que interrogan los arcanos.
Y este vivir-morir intermitente
me hace sentir que somos los humanos
las víctimas de un juego intrascendente.
III
No importa si en París o si en Pascuales,
si brilla el sol o cae un aguacero,
ni importa si es en julio o en enero;
serán, igual, absurdos y fatales
esos largos segundos, los finales
de un viaje estéril, en que pasajero
me he visto sin quererlo, prisionero
de procesos ilógicos, rituales.
Se nos dan superiores facultades:
aprender, razonar, y levantarnos
del error de pretéritas edades...
Y cuando ya creemos encontrados
nos lanzan a un abismo potestades
a las que no podemos ni quejarnos.
IV
Así la vida. De contraste plena
y, por sí misma ya, gran paradoja.
Idea que deprime y acongoja
o de una inútil rebeldía llena.
A las eras romana, egipcia, helena,
a Bolívar, Velázquez o Baroja,
Miguel Ángel, Cervantes o Pantoja,
¿de qué sirvió su genio y su faena?
Ellos no pueden disfrutar su gloria.
Y nosotros, que tanto los loamos
y buscamos en vida de la victoria
por ser loados después, nos olvidamos
que aún la humanidad es transitoria.
¡De nada valdrá todo lo que hagamos!