Tercera carta a Jacinto

Hoy que cumpliendo estás el primer año
de tu vida inmortal,
te escribo nuevamente.
Yo sé que desde allá
respondes; y tus cartas
en un buzón del cielo esperarán
que pase a recogerlas
(tarde o temprano el día llegará).

Antes que nada, deja te pregunte
si descubriste ya
que Dios no les da audiencia a los suicidas,
sino que con un gesto paternal
a Su lado los llama:
porque si Él mismo da
a unos pocos la lírica amargura
y aquí los deja, sin la facultad
de poder debatirse victoriosos
y, como otros, triunfar,
no puede castigarlos;
Él dispuso su sino y su final.

Todo sigue como antes.
Patricia tiene más
ternura en las pupilas. Juan Fernando,
sin siquiera poderlo sospechar,
te lleva en escondidos cromosomas.
No deja de bromear Jorge Pincay.
Ileana teje versos.
María Leonor prodiga su hermandad.
Gonzalo roba estrellas
para escribir sonetos. Y Solange
embellece a la música...
Y así seguimos todos. Sin cesar
tratando de marchar hacia adelante
en la cultura y la fraternidad.
Pero, ¿sabes?, me siento con frecuencia
cansado de bregar
inútilmente y sin compensaciones.
Me empiezo nuevamente a preguntar
si es que vale la pena esta batalla
sin tregua ni final.

Las risas de mis hijos no consiguen
que deje de pensar
en el amargo llanto de mil huérfanos.
Me siento más y más
culpable cuando como y cuando bebo,
pensando en los que de hambre morirán.
Y cuando voy al cine y veo diez manos
mendigando centavos para un pan,
me desprecio por no tener la fuerza
para en ellas dejar
el dinero que boto en divertirme
y es para otros vital...

¡Ah, Jacinto, Jacinto!
Ojalá
que pudieras venir a aconsejarme.
Tú sentías todo esto y mucho más.
Y ahora ya comprendes las razones.
Ahora sabes por qué estamos acá
viviendo en una eterna paradoja.
¡Necesito saberlo, pero ya!
¿Es la única salida la que abriste?
¿Es correcto forzarla? ¿Hay que esperar
hasta que al fin nos la abran?
¿Cuál es, cuál,
la respuesta que todo lo contesta,
la que nos deja finalmente en paz?

Pero en vano te increpo. La respuesta
la razón te la da:
esperar... esperar hasta el momento
que te vea, allá en la eternidad.
Y entonces, sin que tengas que decírmela,
he de saber, yo sólo, la verdad.

Diciembre de 1968


Francisco Pérez Febres-Cordero
guayaquileño; 1934 - 2010