Exactamente han pasado
veinte años, Olga Lidia.
Ya sabes… no fue desidia
lo que nos ha separado.
Fue el deseo imperativo
de ver crecer nuestros hijos,
el único, real motivo:
¡ilusión que nos alejó!
Yo no sé… Si por tu lado
el sacrificio valió;
¡la vida a mí me apaleó,
y sólo… me he quedado…
Hoy ya estoy divorciado;
mis hijos viven sus vidas
muy discretas y ordenados,
¡aún no se han casado!
Habitamos en ciudades
muy cercanas, ¿puedes creer?
¡No es suficiente el querer!
A pesar de mis saudades…
Pues, sufrí sólo por ellos…
No pensé en mi futuro;
y, sin importar lo duro…
¡no reniego de aquello!
Tarde en la vida comprendí…
que no se puede pretender
todo lo deseado tener:
¡por eso, así lo decidí!
Te alejé de mi lado
sin olvidarme de ti…
¡te extrañé a Medellín,
y me quedé desolado!
¡Hubiera sido distinto
si te hubiera seguido!
Pero fui un testarudo
¡hoy cuánto lo lamento!
Si me iba a vivir contigo
sólo dejaba a mis hijos.
Si hubiere estado lejos…
habría sido un gran castigo.
Eso era un dilema…
Establecí otro hogar
muy cercano a su morar
¡fue para mí un paradigma!
Pasado han diez y siete años
desde aquel día aciago.
En que el golpe enemigo…
¡zas, anuló nuestros sueños!
Mil novecientos ochenta
y tres… día quince de julio:
una llamada de auxilio…
¡se declaró la tormenta!
Mi amada vieja: ¡mi abuela!
muy grave me reclamaba:
había que volar a verla
¡la urgencia nos distanciaba!
Y desde entonces hasta hoy.
No te he podido ver;
de mí no has vuelto a saber…
Y no sabrás como estoy…
La distancia y la guerrilla,
desde ya, son obstáculo;
la crisis, otra malilla:
¡me impide hacer cálculos!
Saber de ti me conviene
y se me antoja a veces…
¡Qué bien valen los reveses,
pues, nada aquí me retiene…!
Desde el momento aquél
que el azar del destino
con acierto o desatino
¡unió a Olga y Miguel!
¡Amándonos convivimos!,
y como almas gemelas
en las buenas y en las malas:
¡la vida valió lo mismo!
Tres años amantes fuimos…
y ese tiempo fue de encantos;
no hubo lágrimas ni llantos;
¡felicidad disfrutamos!
Diez y siete años después
con la frescura de ayer…
¡tu aroma de mujer
lo evoco con calidez!
Olga Lidia: alma ausente…
¡amor, veinte años después;
viva o muerta no lo sé!;
¡Aquí, te tengo presente!
Siempre el recuerdo pervive
como símbolo sagrado
de ese amor sentido…
¡perennemente proclive…!
A ¡ignorar lo prohibido!
Sin perder la ilusión;
amándonos con pasión…
libérrimos; sin candados!
Con discreción y tino;
sin culpas por ser casados,
disfrutamos lo gozado;
¡nuestros encuentros fueron trinos!
¡Y ostento con orgullo,
como único pendón,
bruñido escudo y blasón…
de mis amores: el tuyo!
Que con el pasar del tiempo,
convertido en meta y norte
de mi bregar permanente:
¡Olga Gallego Restrepo!,
sin ser mi afecto un apego:
ni ser mi amor: ¡adictivo!
volcado a su culto vivo…
¡Por se mi único amigo!
Sabiendo que del futuro…
el diablo siempre convino:
¡envilecer lo divino,
nada tendré por seguro!
Y el muro descomunal
¡interpuesto en nuestras vidas!
Como pena: ¡desmedida!
Como castigo: ¡abismal!…
Si estás viva todavía…
y no te has vuelto a casar;
¡nos volveremos a amar:
lo que nos quede de vida…!
Durán, 4 de julio de 2000
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943