¡Libre! ¿Acaso, he sido
libre? …¡Desde siempre, libre
me he sentido! Para hacer:
¡de mi vida lo posible!
Auténticos y vertical;
sin influencias ni tutelas…
¡observando los valores
inculcados por mi abuela!
Libre, sí, para soñar
y tomar mis decisiones,
acorde con mi conciencia
moral, y principios nobles.
¡Bregando por ser yo mismo!
Sin dejarme estereotipar
ni parecerme a nadie:
¡he afirmado mi identidad!
Siendo el único reactor
de mi desgracia o gloria;
seré: ¡el protagonista,
lúcido, de mi historia!
Y, aunque, llegando el final,
mis logros sean muy modestos,
al sepulcro bajaré:
¡alta la cerviz, y, enhiesto!
Sin someterme a secta,
¡ideología o religión!;
agnóstico e iconoclasta:
¡la naturaleza es mi Dios!
Sin veleidades consumistas,
de alienado feligrés
–con pujos capitalistas–
a liturgias esclavizados…
Como último cumplido:
¡A mis hijos, les exijo, me cremen!
Cuando me muera. ¡Sólo «eso» os pido!
Ni sarcófagos ni tumba;
ni misas de aniversarios;
sin referente alguna,
las visitas de compromiso,
¡ya!, no serán necesario:
«en vida, hijos, en vida»!
Mis reliquias funerarias
de evolución marineras:
exigen un reposo oceánico
en el lecho, primigenio!
Mis cenizas, ¡ya! en la mar
se seno abisal, acogerán:
¡al «fin»… en su cuna ancestral,
para siempre, descansarán!
Durán, 27 de febrero de 2006
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943