¡Escrito en auténtico amorfino!
A manera de prefacio:
Son Fortunato Quijije
y Vicenta Gonzabay
dos montubios muy jachudos:
¡difíciles de domar!
Difíciles de domar,
como chúcaros potrillos;
por su carácter jodidos
y revesados criterios.
Sus revesados criterios
jamás se pondrán de acuerdo…
¡Siempre se oirá el revuelo
de su activo griterío!
Así es, su activo griterío:
«Soy montubio correcto
de la cabeza al tobillo»,
dirá siempre Fortunato.
Dirá siempre Fortunato…
Mientras ella le responde:
Mi nombre es Vicenta,
mi apellido, Gonzabay
de esas mujeres bien hechas
¡como ahora no las hay!
¡Como ahora no las hay!…
¡No entrarás otra como
yo, pedazo de pelmazo,
¡que te acoja en sus brazos!
Poema
Es Fortunato Quijije
el marido de Vicenta,
¡un machista insufrible…
y eso a ella la revienta!
Eso a ella la revienta;
garañón, como él sólo…
¡Por toitito el recinto
por otras cuelga la jeta!
Por otras cuelga la jeta
sin respetar lo prohibido…
Mientras a la pobre Vicenta
se le amarga la vida.
Se le amarga la vida
ver bacilar: «a compadres»…
sin que haya, para ella,
del compadre: «¡algún detalle!»
Del compadre algún detalle…
es mandarla a cocinar,
lavar, planchar, tendalear,
y… sacudir el petate.
Y sacudir el petate
para dormir como chancho
en poza, después del chance
que, en Tres Postes se lanzó;
Que en Tres Postes se lanzó
con doña Targelia Engracia;
y Vicenta descubrío…
¡cuando él, papaya dio!
Papaya dio, Fortunato,
por ser muy desvergonzado:
¡En ese pueblo montubio
el matrimonio es sagrado!
El matrimonio es sagrado…
Y a Vicenta le contaron
–sus agnados y cognados–
que ¡la testa le adornaron!
Que la testa le adornaran
a ella le encabritó:
¡montó en desquiciada cólera,
y a Fortunato botó!
A Fortunato botó
de sus brazos y petate;
¡reniega él del instante
que le puso cornamenta!
Que le puso la cornamenta
a su abnegada esposa;
sin medir las consecuencias
de su acción libidinosa.
A esa acción libidinosa
ella le responde hiriente:
¡con mi pinta me consigo
dos maridos de a veinte!
Dos maridos de a veinte:
¡joven, hermosos y guapos!
¡No como este mequetrefe
con cara de gusarapo!
Detrás de ti, gusarapo
siempre estuvo esta mujer;
por eso, estos pejepalos
sin nosotras no son naiden;
Sin nosotras no son naiden…
¡Arroz viejo!: las garrapatas
te sacan sangre y plata
hasta dejarte en pellejos.
Hasta dejarte en pellejos…
¡yo no soy esa mujer
de las que a ti te gustan,
y a mí desde hoy no vas a joder!
No me vuelves a joder,
porque hoy te dejo, maldito:
¡Verás dónde ir a meterlo…
cuando se te engolfe el pito!
Cuando se te engolfe el pito
entonces valorarás
¡para qué sirve mi potito!;
así aprenderás, por chueco,
a ser cangrejo se un sólo hueco!
¡Maldito machista a ultranzas!
15 de agosto de 2010
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943