El poema final

Poema hallado en el bolsillo de la camisa del joven al momento del levantamiento del cadaver por el comisario de turno; El Universo, 9 de abril de 1961, suplemento dominical

De pronto…
como cortado o incompleto,
como un silencio nada más…
¡desciendo!
Como una sequedad en la garganta;
como una pausa en que
vacila el aire.

¡Amor mío… Amor mío…!
¿Qué cosa puedo darte?
Tú me has dado tan sólo tu presencia,
tu sonrisa y a veces tu aliento,
una proximidad nada más.
Yo te regalo un muerto.¡Cuídalo bien
…es tuyo!

Solamente recuérdalo
cierta fecha de octubre,
porque donde tú naces yo termino…
Y mientras tú me pienses, viviré.

De pronto
toda la vida se hace un punto;
se hace un grito;
se hace la más perfecta y dulce música.

Perdóname, hija mía. No conozco
si no tu leve risa de inocencia.
Perdóname si sola, si desnuda,
si limpia te he dejado,
torno a la soledad…¡Allí he vivido!

Perdóname, tú, madre.
No me entienden.

Si un ruido horrible suena en la cabeza,
si una cosa sin nombre nos agobia,
si algo estalla de pronto… ¿Qué ha de hacerse?

El prudente tal vez buscará un médico,
el ocioso tal vez dejará estarse las venas en su sitio,
pero el que es todo corazón y siente
por el pellejo igual que las arterias,
¿qué ha de hacer, me pregunto?

Si de pronto
uno repugna ante uno mismo.
Si cada corazón,
cada pulgada
de íntimo dolor pesa y resuena
como pasos andando por dentro,
como trompadas en el alma…

Amor mío, perdóname. Lo sé.
Ahora ya puedo amarte. ¡Nada más!

Puedo decir que estoy en ti, que vivo
libre, sin huesos,
como un aire vivo,
como algo que sí puedes amar.

¡Ah! Lo demás. Ya lo demás no importa…
Simplemente no se es.
No quedan huecos.
Apenas un momento de silencio
y nada más.

La rueda sigue andando.
El molino no deja de moler.
Ni nadie pierde su trabajo a causa de un tornillo que se rompe.

¿Lloran? No sé.
Yo no he querido el llanto.

Adoro las inmensas bocas frescas
que se abren al impulso de la risa.
Y la música adoro. Y la alegría.
Y las cosas más limpias de los seres:
por ejemplo, los besos, los adioses,
la mano que se pone sobre el hombro,
los niños y los perros indefensos.

Pero de pronto es necesario irse.
De pronto es necesario ser no-ser,
abrirse una ventana,
o acabarse
sencillamente
como podremos hoy, mañana o el Domingo
tú, yo o fulano
hacer paréntesis,
borrarse del paisaje, hacerse humo.
¡Suprimirse de la vida para siempre!

David Ledesma Vásquez
guayaquileño; 1934-1961