Confesión de mi ego

Este ente que veis aquí,
sin pretender ser noble
¡tiene algunas perlas dobles,
que no piensa mostrar así,
aún sin limpiar ni pulir!

También tiene aristas varias,
por rústicas, que ocultar;
y gran reserva moral:
¡lo garantiza, es su aval!

Y, sin querer presumir,
pasar por lo que no se es
puedes tener por seguro:
¡que he sido y soy sin doblez!

Mis mayores, de rancia cuna,
desde niño me inculcaron:
¡ser recto con apostura!
Y también me enseñaron:

no pecar de vanidoso…
y de llegar por industrioso
a tener mejor fortuna
guarde siempre la humildad
¡ella es muestra de cultura
que adorna la personalidad!

Fueron mis mejores maestros:
¡decencia y urbanidad!
El gesto viril y austero,
sin poses ni amaneramientos…
que para ser hombre íntegro:
«¡en todo tienes que ser correcto!»

También, entonces, dijeron:
has de pisar bien, en tierra,
y sobre ella sembrarás
los frutos que tú requieras,
«¡te lo asegura un Salvatierra!»

«Mirarás de frente, al sol,
¡como hacen los varones
que se inclinan ante Dios!
¡Cosecharás bendiciones,
serán tu premio mayor!»

«Si os conducís así,
os aseguro: ¡no tendréis
aflicción ni dolor moral!
¡Mácula denigrante que ocultar,
ni estigma, de la cuna, hasta el final!»

¡Amigos! Es esto fiel versión,
fui así formado yo,
¡incorruptible, hasta hoy!
En mí, esto es vocación.
Y, hasta el final, espero
así, ¡mantenerme entero!

¡Por el honor de mis hijos,
por el amor que profeso!
Nada de esto, ni de lejos
es inmodestia, por excesos;
¡simplemente hace fé
a lo que ya os expliqué!

Quito, 29 de enero de 1994

Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943