¡Compañero insobornable,
por una enfermedad
terminal, sin piedad…
Tu órbito inevitable
me orilló, consternado,
al campo santo sagrado!
Tus restos al sepultarlos…
Sembrados como un legado
de honor y desprendimiento,
quedaron en sus entrañas
pregonándole al mañana
¡filántropos sentimientos!
¡Negro! ¡Este cementerio
porque fuiste diferente
no blanqueará su osario!
Viviste con alma blanca,
con alma blanca te fuiste,
y hoy, al evocar la semblanza
de tu naturaleza heróica:
¡saeta o lanza en ristre…
no pactó con oligarcas!
Yacerás como exististe:
¡eras orden en el caos
y fulgor en las tinieblas!
Tu losa es referente
de Amor y desprendimiento
para que, en futuros tiempos,
¡inspires nobles acciones
en altruistas generaciones!
Sólo, por ti, Jorge Reynolds,
volví ayer al cementerio:
donde el silencio impera,
donde las palabras sobran,
y… ¡el gusano serpentea!
¡Allí, en anélido es libre.
como el colibrí en Huerta,
entre los pútridos despojos
que la parca les entrega!
¡Ahí, frondas primorosas
con fragancias de recedas…
sus olores agradables,
cual perfume, los segrega!
Allí a na die importan:
¡procedencia, gens, o casta;
ahí el origen social,
capacidad económica,
formación profesional,
categoría intelectual…
¡No interesan, no van más!
Allí terminan las soberbias;
la cruel, sardónica burla
con que la clase de altura
se aísla en su gula.
Te mezclas ahí, con cualquiera…
¡Tu confesión no importa:
igual asceta que ateo,
tu raza: africana o aria,
amarilla o amerindia…
al final… allí te humanas!
¡Ahí los vecinos son sabios;
no importunan con resabios…
lo que ayer era un hombre,
hoy el gusano con calma,
sin prisa y sin estrés,
del mejor modo trepana!
¡Allí a nadie se engaña;
nadie de nadie se ufana!
¡Ahí a nadie interesa
el ayer o el mañana!
El para siempre o nunca
es sólo una hipérbole
que ya, insensible, ¡no te asusta!
Una vez más, sin apuros…
allí, pude comprobar:
¡lo estéril del orgullo…
de la porfía sin par!
Lo que ayer fue glamour,
es hoy carroña y pus.
Y lo que fue tráfago…
¡tranquilidad o descanso
es indiferente quietud!
Sin embargo, aún allí,
a algunos elementos
de cráneos sosos y huevos…
pues, sin ningún fundamento,
sobrados y ostentosos
de lo material, lo vano,
a simple vista impacta:
¡lo pírrico y mundano!
Y a su pútridos deudos
edifican macanudos
¡faraónicos monumentos!
¡Piensan que quizás esos enanos
que con costosos mausoleos
a sus muertos agigantan!
Aunque en vida hayan sido:
¡traficantes matuteros!
¡forrados en vil dinero
que a la miasma los hermana…
el círculo en que depredan!
De este peregrinar
transitorio por la vida…
¡sólo nos queda todavía
perdonar y olvidar!
Allí, dudas inquietantes
dejan de ser misterios…
de lo neutro, dual o ambiguo…
Nuestros sesos ¡ya no son testigos!
¡la incógnita o certeza
ya no importan, no interesan!
Aquí nos reconciliamos,
olvidamos los agravios…
¡Oh, con San Pedro no hay arreglos!
A este lugar sagrado
he vuelto sólo por ti:
George Bartholomew
Reynolds Mathews
a decirte adiós amigo,
atildado ciudadano,
dilecto ecuatoriano,
¡maestro a tiempo completo!
Dirigente de respeto,
socialista sin horarios…
Comienza aquí tu itinerario
en la memoria agradecida
de la patria violenta
a quien consagraste tu lucha
¡por justicia y por la vida!
George: que la tierra sobre
ti sea leve, amigo,
el recuerdo imperecedero,
hermano de mil batallas.
El olvido imposible: ¡maestro!
Y por despedida final
un te quiero eterno,
como solías saludarme:
¡«desde siempre o hasta siempre»!
¡Camarada o compañero!
Durán, 2 de noviembre de 2000
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943