Diario de la soledad intempestiva

1963 - Enrique Noboa Arízaga, primer premio del Ismael Pérez Pazmiño

Inicial
Presencia y símbolo

Tú estás en la esmeralda de la selva fragante,
en los acantilados del espejo marino;
tú tienes, de sus olas, su ensueño delirante
y das a las gaviotas su vuelo femenino.

Jornada primera
El amanecer y la mañana

Las 4 a. m.

Hoy hallo el corazón en brisa leve,
para nombrarte, Amor, de amor rendido,
latido desde el sueno presentido,
deja tu dardo azul sobre la nieve.

Afligido en amor, haz que me lleve
tu pálido rosal de amor perdido,
el árbol, bajo el cielo, que ha sufrido
la mejilla del llanto cuando llueve.

Herido de la eterna pesadumbre,
abierto en el costado por tu lumbre,
la mano en sangre por amor llagada;

traigo la espiga del ausente grito,
desde el verde madero donde habito,
con mi roja caricia enamorada.

Las 5 a. m.

Ingenua como el alma de la brisa,
perfumada en la rosa mas amada,
cierta como la paz siempre soñada,
abierta en flor, en música y sonrisa.

Imagen del amor que se precisa,
límpida como lámpara sagrada,
milagrosa de amor, fuente sellada,
en el claro jardín de tu sonrisa.

Dorada por el sol tu cabellera.
Tú misma en alto sol de primavera,
imagen de mi amor, flor de mi huerto.

Íntima de mi ser: te transfigura
la dulzura de tu alba y tu ternura
sobre el humano corazón ya muerto.

Las 6 a. m.

Liviana como el ala que me toca
el corazón, en el liviano paso
de mi sangre en tu sangre. Como un vaso
que, infinito de amor, llega a mi boca.

Esa mi misma boca que te invoca
cuando, en la ciega noche, me traspaso
con la flecha que viene de tu brazo
y, liviana en el aire, me, provoca.

Liviana como el aire, me conmueve
tu desnudez tan límpida y tan leve,
tan nocturna de amor como un suspiro.

Promesa: suave pan sobre mi mesa,
cuando sientes mi aliento que te besa,
yo, desde el fondo de mi amor, te miro.

Las 7 a. m.

Tuya mi sed, mi angustia, mi tormenta,
tuya mi ardiente noche desvelada,
tuya mi ancla de amor enamorada
y mi vino de amor que me sustenta.

Tuya la hora de ardor, que me consienta
poner tu corazón en mi callada
sombra sin sol, en lumbre violada
por desiertos destinos en afrenta.

Tuya mi mano al corazón doliente,
mi pasado de amor sobre tu frente
y el cielo de tus ojos en mis ojos.

Tuya, por fin, Mujer, mi Poesía,
mi voz, con una azul melancolía,
en el refugio de tus labios rojos.

Las 8 a. m.

Porque en la verde noche estoy amando,
ebrio de verde miel en la mirada,
mantienes la ternura sepultada
en las cosas de amor que estoy hablando.

Porque las ciegas manos, desatando
los finos hilos de la trenza amada,
sorprenden en tu frente una callada
niña de roja sangre, delirando:

ponme un río de luz en la cabeza,
la lámpara de azul en la tristeza,
junto a la piedra donde crece el llanto

porque de sólo hoy, y en la terneza
de amarte con amor, tengo pereza
de que te quiera como quiero tanto.

 

Jornada segunda
El mediodía

Las 12 m.

En mi mano, amándote y sintiéndote,
como la fruta que a la mano llega;
como esta luz profunda que me ciega,
cuando mi corazón vibra teniéndote.

Este mi sueño en el que voy hundiéndote,
con el sueño propicio de tu entrega;
este querer que a tu querer se llega,
y de tanto querer, muere queriéndote.

Anhelo de anhelar: Tú, mi armonía,
mi alegre conocer de tu alegría
en la mano que siente tu ternura.

Mi corazón en paz. Tú, mi palabra,
que cerca de tu oído es tu palabra:
¡mi pura luz en lámpara tan pura!…

La 1 p. m.

Guardé memoria de este fuego que arde
en la orilla abismal de tus ojeras,
cuando sienta la hora en que me mueras
adentro el corazón. Memoria guarde

del conmovido espejo en que me miras,
del nocturno camino en que me esperas,
de los vientos dorados de las eras,
donde, al caer la tarde, me suspiras.

Transparentes de amor, en mi cabeza,
reflejarán su amor y mi tristeza
las puras manos que me amaron tanto;

memoria de la brisa en tu vestido,
de tu nombre en la cárcel de mi oído,
cuando, en la noche, me refresque el llanto.

Las 2 p. m.

Melancólicamente, como el día
en que, juntos, guardamos el anhelo
de mirar en la lámpara del cielo
el reflejo final de tu alegría.

Entonces fuiste solamente mía,
en la blancura fiel de tu pañuelo
que dejaste en mis manos, como un velo,
lleno de fe, de amor, de poesía…

Entonces mía, junto al mar que canta.
Sobre la tierna arena conmovida,
dejaste la frescura de tu planta;

y sobre el corazón que has dolorido,
la huella de tu mano, tan querida,
y este enorme dolor que te he sufrido.

Las 3 p. m.

Junto a tu corazón que me ilumina
en este obscuro caminar errante,
viajero de un ensueño delirante
en tu mundo de paz que se adivina.

Viajero en luz y en música divina,
en esta lengua mía, ardida amante,
te entrego mi palabra suplicante,
enclavada en la voz, como una espina.

Quiero la vida que en tu ser se vive,
el ámbito de paz que circunscribe
la frontera radiante de tu cuerpo;

el río que en su canto te saluda
y, al desbordarse sobre ti, desnuda
la catarata ardiente de tu cuerpo.

Las 4 p. m.

El día en que definas mi tristeza,
el día en que conozcas mi secreto,
las rosas y los lirios de tu huerto,
pensativos, irán a tu cabeza.

Y a nadie extrañará, que en tu sorpresa,
sobre mi ardiente corazón ya muerto,
los lirios y las rosas de mi huerto,
doloridos, estén en tu cabeza.

Y ese día será. Yo lo presiento.
Será cerca de ti mi pensamiento,
como la piedra al filo de la fuente.

Entonces… ah, sí entonces te dijera
que he de vivir en ti, ¡como si fuera
la gota de sudor que hay en tu frente!

 

Jornada tercera
La noche y el sueño

Las 8 p. m.

Tú fuiste, Desamor, mi aliento triste,
mi música en desnuda llamarada,
mi sangre en soledad, ensangrentada,
en el vaso de olvido que me diste.

Estrella que en silencio se desviste
para la noche azul de tu mirada,
palabra en mi silencio, abandonada
en la hora del amor que me quisiste.

Hoy la desnuda soledad comparte
estos versos de amor que quiero enviarte
en la callada noche de tu olvido.

Por todo el corazón en desconsuelo,
perdido en las espigas de tu pelo,
de amor, en desamor, estremecido.

Las 9 p. m.

Déjame vuestras manos en la herida
que ha siglos me naciera, desolada;
vuestros ojos de mar, en la asombrada
noche que el corazón halla perdida.

Amadme en la piedad de la querida
hora por vuestro amor iluminada,
por la verde promesa ya olvidada
y por el cielo azul de vuestra vida.

Que de mucho esperar estoy cansado
y que, del todo amar, enamorado
de vuestros ojos en serena orilla,

voy, triste, a recordar vuestra mirada,
vuestros ojos que ayer, en la alborada
de mi campo de amor, fueran semilla.

Las 10 p. m.

La su estrella en la frente. La su ardiente
rosa desaparecida en el ocaso…
¿Por qué, flecha de amor, tiende su brazo,
si soy, por su impiedad, varón gimiente?

Agua de soledad, agua inclemente,
diole a mi corazón en el su vaso:
allende fui marino del fracaso;
aquende, en otro mar, igual ausente.

Mi vocación de náufrago constante
tiene su cardinal cartografía
en la playa desértica y distante.

Y al soportar su atroz geografía,
la rosa de los vientos, claudicante,
desmáyase de olvido en la bahía.

Las 11 p. m.

Esta cara es la cara desolada
que hundió su soledad en el espejo;
este es el ojo que miró, perplejo,
mi naufragio de sueños y de nada.

Esta vieja palmera abandonada,
este inútil y viejo catalejo,
es todo lo que tengo y lo que dejo
en la playa mortal de la ensenada.

Mi naufragio de barca apolillada,
con su carga de heridas y de escombro,
imagen es de mi alma masacrada;

y no puedo escaparme del asombro
de mirar cómo, por mi nave anclada,
una estrella del mar dormita en tu hombro.

Las 12 p. m.

La sombra aquí. La sombra olvidadora
de aquesta soledad intempestiva.
La llama de la frente evocativa,
cayendo en soledad, hora tras hora.

Aquí la noche que en el ojo mora.
La mano sobre el pecho, ala cautiva
de la otra mano –la derecha escriba–
que trazara mi urgencia y tu demora.

Quince son los momentos del diario
de estas 15 horas, que en el sonetario
de intempestiva soledad, convido:

voy a dormir. El sueno vuelve. Espero
que, esta vez, la mañana y su velero
me conduzca a las aguas del olvido.

Enrique Noboa Arízaga
cañarense; 1921 - 2002