Primer premio del Ismael Pérez Pazmiño de 1992
Tu voz acongojada en melodía
preludia en su rumor la caracola;
tu voz de nebulosa lejanía
viajera en el arpeggio de la ola:
esa voz que inventó la luz del día
en sonata de sol y barcarola;
esa voz del Jordán que me dijiste
y vuelves a decir cuando estoy triste…
En los astros tu mano fundadora,
en la ría de plata refulgente,
en el rojo tumulto de la aurora,
en el motín violeta del poniente,
en la inleve magnolia soñadora,
en las palpitaciones de la fuente,
en la edición de lujo de las flores
y en el iris cuajado de colores.
Todo me diste para el tiempo incierto
que habitaré este cuerpo desnaciente;
amontonaste de dulzura el puerto
para la erranza por el mar doliente;
tuvo tu amor de par en par abierto
amor, amor legítimo y ardiente;
y tu palabra con dulzor de caña
la que habló en el Sermón de la Montaña.
Me diste para el corto desentierro
la llorona guitarra enamorada,
la soledad con su portón de hierro,
la voz de la calandria en la alborada,
la esperanza en las rutas del destierro,
el verbo con su luz encarcelada
y la muchacha, música en la niebla
boquita en luz y ojazos en tiniebla.
La párvula fogata de la rosa,
el mesón de Belén muerto de frío,
la huerta rozagante y buenamoza,
la piedra charlatana de mi río,
esta muerte puntual que nos acosa
en sueño y en fulgor y en desvarío
y el monte de los astros balbucientes
donde mueren de lila los ponientes.
El buche alborotado de violines,
las arpas con perfiles de canciones,
altaneros los gallos mandarines,
la romántica abeja entre ilusiones,
el aroma que teje en los jardines
la placita de amor de los gorriones,
la linda mariposa de ojos brujos
que entreabre su cuaderno de dibujos.
La lluvia excursionista en el celaje,
malatraza el gorrión: mota de trinos.
el limonero con su verde encaje,
los búhos: querubines de ojos chinos,
la tarde pinturera en el paisaje,
los adioses que van por los caminos
y ese lado perfecto de las cosas
que aroman el vivir como las rosas.
Tú guardas el ocaso en la laguna
entre peces y cisnes de colores
y bordas los encajes de la luna
con dibujos de espejos y de flores;
tú incendias el plafón del agua bruna
donde sueñan dorados pescadores
y dejas que se lleven los barqueros
un noctámbulo enjambre de luceros.
¿Con qué sedas bordaste la mañana
que me ha puesto a cantar como un jilguero?
¿Con qué trinos forjaste la campana
que le ha puesto de plata al campanero?
¿Con qué esencias cuajaste la manzana
de rosa y miel y fuego colmenero?
¿Qué cítaras colgaste en los turpiales
que pulsan los cantones cipresales?
Me has pensando en amor desde aquel día
en que fundó tu mano el universo;
desde el pasado de la melodía,
desde el escombro pálido del cierzo;
desde el rocío y su cristalería,
desde que la palabra se hizo verso;
y, luego de pensarme en la semana,
me pensarás mañana de mañana.
Que me has querido va cantando el río
en su fabla de piedra melodiosa;
y repite en brillantes el rocío
engarzado en el nácar de la rosa;
y me dice en su gozo manantío
el vaivén de la espuma vagorosa;
y el viento en el palmar estremecido
se me ha puesto a gritar que me has querido.
Te he visto en la pupila estremecida
que tiene en el suburbio la pobreza;
en la rústica mano encallecida,
en la madre que muere de tristeza:
en la muchacha que perdió la vida
cuanto la vida a florecer empieza;
en el zaguán de un hospital perdido;
en la cárcel, la tumba y el olvido.
He sentido tu amor de tal manera
que vivo la ilusión de conocerte;
este amor es amor de primavera
sin abalorios de la mala suerte,
¡Alma mía!, ¡ya ves cómo te espera
más allá de la vida y de la muerte!
¡Hazle entrar!, ¡no sea que, cansado,
se aleje para siempre de tu lado!
Y, ¡mira, cómo soy de inconsecuente!,
(amargos son los tragos de mi vaso),
te hablo de amor y mi palabra miente;
te digo ¡ven! y al punto te rechazo;
te ansío con el cuerpo y con la mente
y abomino el calor de tu regazo;
me habitas con ternuras de infinito
y, al poco rato, yo te deshabito.
Y así voy por mi mar de tumbo en tumbo
cayendo y levantando a cada paso.
Navegante sin brújula ni rumbo,
pirata en aventura y en fracaso.
Me yergo, a veces; y, otras, me derrumbo
buscando una esperanza en el ocaso;
y sólo encuentro, en soledad y frío,
el carrusel chirriante del hastío.
De modo que yo tuve el paraíso
del Eufrates al Tigris de mi casa;
y permuté la gloria sin permiso
y perdí la zagala montaraza;
hice de la esperanza caso omiso
y de las ilusiones, tabla rasa.
Ferié el amor, puse la dicha en venta
y todo lo perdí sin darme cuenta.
Mi vida es un puñado de hojarasca
en las manos traviesas del destino:
una ave fugitiva en la borrasca,
un puente desolado en el camino;
la muerte de la aurora antes que nazca,
parábola del triste peregrino
que perdió el principado y la princesa
por darse en cuerpo y alma a la tristeza.
¡Amigo Dios!, ¿Qué puedo darte mío si
todo que soy tú me lo has dado;
este cuerpo de barro labrantío,
esta alma con su tiempo alborozado;
la libertad, el sueño, el albedrío,
el futuro, el presente y el pasado?
¡Permite, pues, que te devuelva en canto
este poema que me duele tanto!…
Manuel Zabala Ruíz
riobambeño; 1928 -