De mirada franca, grácil, serena…
La princesa del barrio: ¡qué hembra!
Se me espeluznan todas las hebras:
¡de mi piel, barba y blanca melena!
Tiene un cuerpo de Diosa, ¡mi reina!
Que esclavo suyo –a sus pies cual sombra–
me prosternara por siempre; se siembra
para cosechar… ¡yo ya sembré, nena!
Estos luengos años… en tu honor:
¡un enjambre de afectuosas ternuras;
castas miradas y turbado arrebol!
Acariciaron tu regia figura
de vestal, de nuestro hermoso Ecuador.
¡Disfruto de tu amistad, señora!
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943