Enrique Antonio Ponce Morán,
con previsiva conciencia del tiempo
y del espacio: ¡escogió del campo
su Alejo Lascano pa' descansar!
Allá, hoy en ese su pueblito rural
los restos, las reliquias de su cuerpo
en el suelo natal que amó con ampos
sentimientos por la eternidad
se enraízan en sincretismo telúrico
con el mismo afecto que siempre
demostró en los momentos volcánicos
de su pasión terrígena de hombre:
¡montubio intenso, alegre folclórico;
ungido con identidad tan célebre!
Miguel Ortega Calderón
guayaquileño; 1943